Dentro de las múltiples declaraciones que ha suscitado la probable candidatura del ex Presidente Lagos, una de las más sorprendentes es la que insinúa -aunque ahorrándose las razones- que él, en el fondo, es un candidato de derecha.
¿Será verdad?
Lo sorprendente de esa afirmación es que, apenas anteayer, Lagos fue el candidato unánime de la izquierda, la figura que, cuando llegó a La Moneda, logró espantar todos los temores inconscientes que, se dijo una y otra vez, suscitaba la izquierda luego de la experiencia de la Unidad Popular. Con el gobierno de Lagos, se dijo una y otra vez, la izquierda probó de manera irrefutable que era capaz de gestionar un proceso social tan complejo como la modernización. Se llegó a decir entonces, y el tiempo casi ha dado la razón a ese punto de vista, que fue con su gobierno, un gobierno de izquierda luego de casi dos décadas de dictadura, que había acabado por fin la transición.
¿Qué pudo ocurrir para que ahora, de pronto, Lagos se transforme en una figura de la que parte de la izquierda desconfía?
Lo que ocurre es que en las dos últimas décadas ha habido dos izquierdas en Chile.
A fines de los noventa, y de una manera que pareció definitiva con el triunfo de Lagos, la izquierda socialdemócrata dominó casi del todo sobre la izquierda que abrazaba los ideales más tradicionales de ese sector (el anticapitalismo, la desconfianza con la globalización, los temores marcados frente al proceso modernizador, el carácter de clase). Surgió entonces en Chile una izquierda modernizadora, nada alérgica a la globalización, amistosa con las soluciones privadas a los problemas públicos (cuyo paradigma fueron las concesiones que Lagos impulsó) que ensombreció e hizo casi desaparecer del espacio público a la otra izquierda, esa que pervivía atada a la memoria de los viejos ideales. Siguió habiendo en Chile dos izquierdas, es cierto, pero una de ellas hegemonizó en el sistema político y en el aparato del Estado casi completamente a la otra, que mantuvo apenas la respiración en algunos circuitos intelectuales.
Pero, ya se sabe, en la política y en la historia, casi nada dura para siempre, y paradójicamente, esa izquierda que había sido apagada por el éxito de la izquierda decididamente socialdemócrata renació como consecuencia del mismo éxito del proceso modernizador.
En efecto, sin la generación más escolarizada de la historia de Chile; sin la expansión del sistema educacional que el proceso modernizador llevó adelante (y del que Lagos, no hay que olvidar, fue uno de los principales gestores), y sin el bienestar que, contrastado con la memoria de la precariedad, hoy día hace cundir la inseguridad en los sectores sociales recién ascendidos, esa izquierda que hoy día niega a Lagos el derecho a llamarse de izquierda, no habría tenido la menor oportunidad de reverdecerse.
¿Fue el papel de Lagos en ese proceso el resultado causal de fuerzas que él no pudo controlar y a las que simplemente se sumó, haciendo de la necesidad virtud, o, en cambio, él fue un partícipe pleno y consciente de ese proceso al que habría, plenamente convencido, impulsado?
Quien se incline por la primera parte de esa alternativa -Lagos, simplemente, se habría dejado llevar por el viento de la modernización capitalista, renunciando a modificarla- negará hasta cierto punto el papel histórico que la izquierda ha jugado en el bienestar que alcanzó Chile en las últimas décadas. Tendrá razones para abjurar de Lagos, pocas para reclamar un papel en la modernización de Chile y muchas para criticarla y apoyar el malestar que ha suscitado. Quien se incline por la segunda -Lagos fue un impulsor decidido de la modernización capitalista- podrá decir que al hacerlo, él confirió vigencia social a otra izquierda, amiga de la modernización, distinta a la que hoy se apaga en América Latina y que hoy niega a Lagos el derecho a adjetivarse con ella.
Pero quien primero -especialmente si decide ser candidato- deberá decir si es o no de izquierda, o más bien, de qué izquierda es y por qué, es el propio ex Presidente Lagos. Al hacerlo no solo se situará en un sector de la competencia política, sino que también emitirá un juicio acerca de su propio desempeño histórico.
Y luego la palabra la tendrá la ciudadanía.