La molestia con Amarillos, el duro ataque de que está siendo objeto el partido en formación liderado por Cristián Warnken, parece desproporcionado a su fuerza actual, pero no lo es.
Hay tres ejes de la política chilena del momento que Amarillos ha venido a modificar, y que lo han puesto en la situación de exposición y vulnerabilidad hoy perceptible.
¿Qué es lo que Amarillos ha remecido?
Por una parte, ha puesto en duda que los políticos profesionales deban formarse solo en el trabajo comunal, universitario o de las ONG. Desde el mundo partidista tradicional, se ha considerado casi inadmisible que un literato, un científico o un artista se involucren en la primera fila de la política. A lo más, ha sido bienvenido su apoyo desde los centros de estudios o desde sus propios dominios.
Pero con su nueva faceta pública, Cristián Warnken no solo ha reiterado por qué es ampliamente considerado uno de los mejores columnistas del país —quizás, el mejor— y uno de los intelectuales más lúcidos y dialogantes, sino que además ha tenido la valentía de involucrarse en un mundo cuyos estilos y ritmos le son tan ajenos. Y, como si fuera poco, su más filuda aportación ha consistido en proponer un órgano constituyente integrado solo por expertos. Por supuesto, algo inaceptable para la mediocridad de tantos políticos, ni siquiera especialistas en cuestiones generales.
Con Warnken, Amarillos ha venido a romper la hegemonía —y el concepto no es banal— que los intelectuales marxistas creían tener. De ahí la furia contra el nuevo conglomerado por parte de quienes han sido defensores permanentes del tipo de intelectual orgánico.
Por otra parte, Amarillos dejó en claro, con su campaña por el Rechazo, que se puede ser de una determinada izquierda y, al mismo tiempo, estar en completo desacuerdo con otras izquierdas. En particular, Warnken ha sido rotundo en su crítica a la violencia.
Esa libertad de espíritu hiere profundamente la convicción comunista de que quien está en la izquierda, o se integra a una coordinación del “hermano mayor en el marxismo”, el PC, o debe desaparecer. Comunistas y frenteamplistas —estos últimos, ya en buena medida colonizados— han logrado imantar al PS y al PPD, van detrás de conquistar a la DC, pero, justo cuando parecía que el objetivo de una nueva Unidad Popular podía cumplirse por completo, aparecen estos izquierdistas, ciertamente “amarillos”, que en su afán de lograr acuerdos miran más al centro y a la derecha. Inaceptable para la mentalidad hegemónica del hermano mayor.
Y, en tercer lugar, Amarillos se puede transformar en la peor pesadilla de las coaliciones de gobierno. Encantados de tener por contraparte solo a una centroderecha ya muy desgastada en sus convicciones, a los partidos oficialistas les aparece un problema nuevo… pero viejo. Aunque las izquierdas le temen a la irrupción de Republicanos, esa presencia no les resulta tan molesta como el fortalecimiento de una nueva centroizquierda doctrinaria.
En la concepción dialéctica del marxismo, el polo definido de las derechas es funcional a los objetivos izquierdistas de confrontación aguda y victoria total. ¿Y los centros? Los centros siempre complican a las izquierdas duras, les quitan concentración, las desvían de la lucha final, del uno contra uno. Tienen que esperar que esos centros hagan revoluciones burguesas, para llegar después a la revolución definitiva. Y, justamente, Amarillos viene a ocupar ese espacio, esa molesta presencia centroizquierdista que parecía ya inexistente por la decadencia de la DC.
Apenas un diputado, apenas un proceso de formación, apenas un nombre bien original, pero una virtualidad que incomoda mucho a las izquierdas. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas