La sociedad y el mundo donde creció y filosofó Adam Smith era cualquier cosa menos liberal. Y por ello su libro La Riqueza de las Naciones causó tanto impacto, y hasta ahora, tres siglos después, sus ideas modernizadas siguen vigentes. Eran sociedades profundamente antidemocráticas, y en lo económico la propiedad privada recién comenzaba a florecer, pero aún permanecían “las guildas”, con sus monopolios, la acuñación de dinero por reyes, condes y duques, y el matonaje de los nobles. Reinaba “el mercantilismo”, que buscaba la acumulación de reservas de oro.
En ese ambiente Smith lanza su libro con una filosofía sobre la sociedad y el individuo completamente nueva: “Dejen que las personas decidan libremente y sin ayudas lo que consumen, lo que compran, lo que fabrican y lo que exportan e importan”, y que las personas al buscar su propio beneficio, lograban también metas comunes de libertad y progreso.
Y así, la Revolución Industrial fue transformando a empresas privadas de todo tipo que producían lo que las personas pedían, y con eso se llegó a una expansión económica y cultural nunca vista. Ese renacimiento de la importancia de la propiedad privada, un Estado -en ese entonces mínimo- sin protección social o de educación obligatoria, llevó a mucho progreso, pero también a muchas desigualdades (muy pequeñas al lado de las del feudalismo o el despotismo ilustrado).
Y así, aparece Karl Marx, con otro punto de vista, de raíz “malthusiana”. Este sistema se agota y muere por las contradicciones del capital y de los trabajadores. El proletariado se hará cargo creando un Estado “no burgués” poderoso, generoso, eficiente y justo.
Pasada la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental enfrentó problemas sociales, de crecimiento, descontento e inflación. El bloque soviético aparecía como sólido e imbatible, hasta que se les cayó el Muro.
En los años 60 aparecen políticos e intelectuales que culpan del retraso de las economías “capitalistas” al exceso de impuestos, la ineficiencia de un Estado sobreextendido y al desánimo de los emprendedores. Vuelven a Smith. Apelan a la reducción del Estado, la limitación del poder sindical, privatización de empresas públicas y un control férreo en lo monetario. Y llegan a dirigir EE.UU. e Inglaterra, Reagan y Thatcher, llevando a cabo lo que se dio en llamar “neoliberalismo” y otras veces “monetarismo”. Que poco tenía de “neo”, sino que siguiendo a Smith las políticas liberales resultaron más rápidas y eficientes de lo esperado, y fueron copiadas desde Chile hasta China. Y trajo un enorme progreso económico donde se aplicó (los odiados 30 años entre ellos), dejando atrás las penurias de entre guerras, el mercantilismo y la inflación.
En el ámbito académico, contó con las teorías -comprobadas- de economistas de la talla de Friedman y Stigler. La historia monetaria de los EE.UU., de Friedman culpó al Banco Central y sus errores de la crisis de los años 30, de la emisión inorgánica de la inflación y del beneficio mundial de un comercio exterior abierto. Stigler investiga la efectividad de las regulaciones, su costo y su alcance de objetivos. Y así, un grupo de académicos de Chicago, probaron que el Estado es caro, ineficiente y hasta peligroso.
La diferencia entre los viejos liberales con los así llamados “neoliberales” no está en las ideas, sino en los contextos de riqueza, tecnología y desarrollo social que existen hoy, comparados a los de fines del siglo XVIII. (La Tercera)
César Barros