Después de que alguno de los países a los que más atención ponemos como chilenos experimenta un cambio electoral significativo, no faltan los que buscan la versión nacional de ese fenómeno. Ahora no son pocos los que empiezan a buscar a la Marine Le Pen o al Emmanuel Macron de Chile. Pero además del provincianismo que implica querer copiar fenómenos extranjeros, ese esfuerzo olvida que las dinámicas electorales se producen por las condiciones particulares de un país. Precisamente porque Chile avanza por caminos diferentes a los que han recorrido Francia y Estados Unidos en años recientes, los Donald Trump, Le Pen o Macron criollos difícilmente tendrán similar éxito. Para ganar acá, hay que entender lo que está pasando en el país y lo que está buscando el electorado nacional.
Igual que aquellos que copian las modas que causan furor en otros países, hay algunos observadores de la política chilena que creen que los fenómenos que han marcado las elecciones recientes en Estados Unidos y Europa también definirán lo que ocurrirá en la contienda electoral de noviembre. Pero a diferencia de Estados Unidos y Europa, donde es dominante la percepción de que el futuro es menos promisorio que el pasado, en Chile todavía reina el optimismo sobre el futuro. Aunque el país pasa por un mal momento y la economía apenas crece, la gente todavía tiene altas expectativas hacia adelante. Los chilenos siguen creyendo que sus hijos tendrán mejores oportunidades en buena medida porque las oportunidades que hoy existen son ampliamente mejores a las que existían hace 20 o 30 años.
Si bien en Chile hay poca movilidad social ascendente, hoy hay más que la que históricamente hubo. Aunque la desigualdad es vergonzosamente alta, nunca lo fue menos que hoy. Las altas tasas de crecimiento que experimentó el país en las últimas tres décadas —por más que se hayan frenado en los últimos años, producto del fin del ciclo alto de los commodities y también por errores no forzados del Gobierno— han generado un nivel alto de expectativas que dista mucho del pesimismo reinante en Francia o Estados Unidos.
Si en ambos países hay fuertes movimientos contrarios a la globalización, en Chile reina el interés por profundizar la globalización. Desde la izquierda que demanda que el país alcance los estándares OCDE en derechos sociales y se abra a una mayor inmigración, hasta la derecha que defiende el modelo de libre mercado, el proteccionismo en Chile es una voz minoritaria. Es cierto que muchos demandan un rol más fuerte del Estado, pero incluso ellos aspiran a que el país tenga un Estado con una presencia y fortaleza comparable a la de los países OECD. Nadie —o muy pocos— pide cambios en la dirección de la izquierda populista latinoamericana. Son todavía menos los que quieren hacer que el país adopte posturas proteccionistas, nacionalistas o antiglobalización.
De ahí que resulta difícil encontrar a la versión chilena de Le Pen. Por su parte, los postulados de Macron son ampliamente compartidos por la mayoría de los candidatos que hoy están en carrera. Aunque la política contingente y la cercanía de las elecciones agudice las diferencias y los candidatos busquen diferenciarse radicalizando sus discursos, no hay voces anti-sistema entre los principales contendores para la presidencia del país. La retroexcavadora chilena es juego de niños al lado de las promesas populistas y proteccionistas de Trump o Le Pen. La izquierda chilena está mucho más cerca de Macron —incluido el Frente Amplio— que de Mélenchon. A su vez, la derecha chilena se siente también más cómoda con François Fillon —o incluso el propio Macron— que con Le Pen.
Es cierto que nuestro país tiene niveles de desigualdad inaceptables y que las oportunidades no están bien distribuidas. Hay mucho que hacer. Pero es innegable que el Chile de hoy es mucho mejor que el de 2006, 1990 y ciertamente muy superior al de los 60. Los chilenos están buscando a un líder que construya un mejor futuro, no son víctimas de la nostalgia de querer hacer Chile great again (porque nunca las cosas estuvieron tan bien como en estos últimos 20 años), ni han caído presos de un nacionalismo nostálgico. De ahí que, aunque los haya, los Trump y Le Pen chilenos no tienen el atractivo electoral que han tenido en Estados Unidos o Francia. A su vez, porque la voz de la moderación y el pragmatismo ha sido dominante en Chile, todos los candidatos presidenciales con opciones de ganar tienen un discurso parecido al de Macron.
Es cierto que las elecciones donde compiten Le Pen o Trump generan más atención que aquellas donde el país escoge entre distintos líderes que prometen cambios marginales en la hoja de ruta. Pero los países en que las elecciones presentan alternativas radicalmente distintas son también países en problemas. En democracia, las elecciones son parecidas a los exámenes médicos. Mientras menos sorpresas den, mejor. (El Líbero)
Patricio Navia