Luiz Inázio Lula da Silva pretende un imposible: siendo prorruso y pro-Maduro, intenta arbitrar entre Ucrania y Rusia y, a la vez, liderar la integración latinoamericana.
Ambas causas suponen independencia. Lula no la tiene.
Frente al conflicto ucraniano, declaró que Zelenski tiene responsabilidades en la ocupación rusa. Habiéndose reunido con Putin, se negó a entrevistarse con Zelenski: le canceló la cita acordada.
En relación a Sudamérica, tras plantear la necesidad de unidad e integración, Lula optó, en abril pasado, junto con el Presidente argentino, Alberto Fernández, por resucitar Unasur, la fenecida, divisiva, anacrónica organización que había impulsado quince años atrás con Hugo Chávez. Avanzando en este propósito, y en el intento de legitimar a Nicolás Maduro, lo invitó a una visita de Estado para después, en gloria y majestad, incorporarlo a la Cumbre de los mandatarios sudamericanos, en Brasilia.
En el encuentro defendió al régimen venezolano, victimizándolo por prejuicios y narrativas que lo acusan de procedimientos antidemocráticos.
Los presidentes Luis Lacalle Pou y Gabriel Boric, con entereza, discreparon del anfitrión. Para Lacalle, lo que correspondía era “llamar las cosas por su nombre”. Para Boric, no se trataban “de una construcción narrativa” las críticas a Maduro, “sino de una realidad”. Ambos presidentes, correctamente, habían acreditado embajadores para elevar el nivel de las relaciones con Venezuela.
Desde Madrid, el expresidente de España Felipe González, al día siguiente, declaró: “estoy en contra de blanquear a Nicolás Maduro”.
Mientras tanto, más de siete millones de venezolanos han sido forzados a expatriarse y la población se debate entre la miseria y el abuso del régimen.
Maduro, en su lavado de imagen, se limitó a señalar que “hay presidentes con distintas visiones con los que no tengo ningún problema de sentarnos a hablar francamente”. Es otro Maduro: ahora pretende diferenciarse del que insulta, ofende y abusa del poder.
Lula, en cambio, parece que no ha cambiado en sus acometidas de liderazgo. Mantiene como principal asesor internacional a su canciller hace 20 años, que intentó arbitrar entre Estados Unidos e Irán, impulsar Unasur, cercano a Chávez y Maduro, entonces canciller de Venezuela.
Habría que recordar que Lula no acepta fácilmente las discrepancias: se enfureció porque Chile celebraba tratados de libre comercio sin la aquiescencia brasileña, nos menospreció en una cena en la embajada de Brasil en Tokio. Afirmó, según el libro “Viajes del Presidente”, que Chile “es una broma, una mi…”. En la ocasión se refirió al expresidente Batlle, de Uruguay, en términos despreciativos. Más ofensivo, además de grosero con el Presidente Boric, fue Diosdado Cabello, el lugarteniente de Maduro. Decía el recientemente fallecido novelista británico Martin Amis que los insultos son vicios de juventud y del crepúsculo de las vidas. (El Mercurio)
Hernán Felipe Errázuriz