Maduro, María Corina y el león militar

Maduro, María Corina y el león militar

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Como estaba previsto, Nicolás Maduro optó por inventarse una victoria en las elecciones venezolanas del 28 de julio, con la complicidad de su Consejo Nacional Electoral (CNE). A ese efecto, desconoció los acuerdos de Barbados e ignoró incluso los procedimientos de su propia y pétrea constitución chavista. Cumplía así su amenaza de ganar “por las buenas o por las malas”.

La mala noticia para él es que nadie se atrevió a felicitarlo, pues María Corina Machado como líder y Edmundo González como genuino vencedor electoral, ya habían tomado ese fraude por las astas. La oposición que convocaban ahora estaba en los reductos del chavismo desencantado y en las familias de los millones de emigrantes de la diáspora. Por lo mismo, en la región estaban alerta y las noticias de Venezuela competían con las de las guerras de Gaza y Ucrania.

En ese marco, la burda taimadura del dictador es hoy tema mundial y, aunque en trance de ejecución, su amenaza complementaria de mantenerse a costa de “un baño de sangre” no está disuadiendo sus opositores. A sabiendas de que está en peligro personal, Machado presidió el sábado una concentración multitudinaria en Caracas. González, por su lado, rehusó comparecer ante el chavista Tribunal Supremo de Justicia, inventado como recurso convalidatorio del fraude.

Lo dicho implica que en la dictadura no se previó que el costo de la trapisonda esta vez sería colosal y no sólo porque ya hay muertos y desaparecidos. Además, porque ha cuajado en una desconfianza y un aislamiento político superlativos. Desde Chile el Presidente Gabriel Boric fue claro y oportuno, declarando que las cifras de la presunta victoria eran “difíciles de creer”. Luego, el Centro Carter -único veedor autorizado- informó que el resultado oficial era inverosímil, la ONU también desconfió y en la resbaladiza OEA, 17 países exigieron mostrar las actas de la votación, 5 escabulleron el bulto y ninguno de sus afines osó defender a Maduro. Sobre la marcha, los Estados Unidos, Argentina, Ecuador, Perú, Panamá y Uruguay reconocieron a González como vencedor.

Hoy sólo reconocen al dictador países ajenos a la democracia representativa, como Rusia, China e Irán -por añadidura, fuertes acreedores de Venezuela- y el gobierno ideológicamente afín de Bolivia. En estas condiciones “superbigote” ha optado por la fuga hacia adelante, léase represión incrementada, insultos barriobajeros, cierre de embajadas propias y ajenas, acusaciones fantásticas contra los gobiernos de Chile y el Perú y la continuidad de su terrorismo demográfico. Esta amenaza significa que nuevas oleadas de emigrantes complicarían aún más la vida en los países receptores.

En resumidas cuentas, Maduro ni siquiera puede hablar de una victoria pírrica.

Estrategia con avalancha

Hasta el mismo día 28 muchos analistas creían en la incurable ingenuidad del binomio Machado/González. Periodistas escépticos los bombardeaban con la larga lista de trapacerías de Maduro, incluyendo la dura experiencia de líderes previos -Henrique Capriles, Juan Guaidó y Leopoldo López-  y la  cancelación de la potente candidatura presidencial de la propia Machado.

Ante ese bombardeo, la corajuda líder replicaba que “no nos estamos chupando el dedo”. Agregaba que, en ese contexto hostiluna diáspora de casi 8 millones de venezolanos inducía en todas las familias venezolanas la pregunta inevitable: “¿Qué más podemos perder?”. Por ello, eran receptivas a su convocatoria para recuperar la democracia y no por la fuerza de la violencia sino por la fuerza de la verdad. González, en carta personal del pasado mes de mayo, dio a este columnista una pista adicional. Dijo que su sorpresiva presencia en la papeleta electoral obedeció a “un error de cálculo del régimen”. A su juicio, Maduro no había asumido las consecuencias devastadoras de su dictadura: “pobreza extrema, desigualdad salvaje, degradación estatal y migración forzosa, (a lo cual) se suma la represión política y la violación sistemática de Derechos Humanos” .

En esa línea, la oposición variopinta tuvo lo que antes le faltó: un liderazgo idóneo para tiempos de barbarie, una estrategia que asumía los errores cometidos y activistas (“comanditos”) organizados a nivel nacional. En cuanto a  lo primero, la prueba mayor de liderazgo la dio la misma Machado, tras encontrar en el diplomático González -fundador de la Mesa de Unidad Democrática- un subrogante prestigiado, generoso y corajudo. Demostró así que por sobre cualquier ambición personalista estaba la causa nacional.

En cuanto a la estrategia, la experiencia decía que no bastaba un resultado electoral ajustado y, por tanto, fácilmente falsificable. Para vencer a un dictador con vocación vitalicia y base social militarizada, lo que se necesitaba era la fuerza de un landslide. Es decir, una avalancha de votos y una cantidad de voluntarios que los computaran y defendieran en cada mesa, para hacer inviable un fraude burdo. Mutando la cantidad en calidad de apoyo, resultaría evidente que el dictador sólo se representaba a sí mismo. Desde esta perspectiva, la victoria de González marcó un punto de inflexión.

El factor militar

Como enseñara Maquiavelo, los ejércitos están en la base de cualquier poder y el militar Hugo Chávez, predecesor del civil Maduro, lo sabía bien. Como coronel había intentado un golpe de Estado sobrepasando a sus mandos y como presidente se había sobrepuesto a otro, con otros mandos a su cabeza. Aprendió, así, que para aspirar al poder vitalicio debía contar no sólo con fuerzas armadas bajo cúpulas adictas sino, además, con una fuerza miliciana incondicional que las equilibrara. Es decir, había que tener un plan B contra generales disidentes.

Esa es la fuerza mixta que Maduro recibió como legado de su “comandante eterno” y cualquier experto debe estar analizando su comportamiento. Las imágenes dicen que la represión del régimen, tras su fiasco electoral, es ejercida de preferencia por la Guardia Nacional (milicianos) y no por las Fuerzas Armadas profesionales. Los blindados, barcos y aviones aún no aparecen y son los motoristas armados quienes golpean, secuestran, detienen y maltratan a los dirigentes de la oposición, en sus casas y a los manifestantes en las calles .

La lógica, mezclada con buenos deseos democráticos, dice que la oficialidad militar subalterna hoy debe estar tensionada a nivel estamental. Por una parte, por su obediencia a cúpulas que amarraron su destino al de un dictador que las mima y corrompe. Por otra parte, por la vigencia del ethos castrense profesional, que privilegia la defensa de la patria y no la defensa contra los opositores políticos de los gobiernos incumbentes. Por cierto, sería una tensión secreta, pero muy enterada de lo que hoy se juega y, además, con mártires precoces. Aquellos que, como el teniente Ojeda asesinado en Chile, entendieron la necesidad de una “deriva patriótica”, coherente con los valores y símbolos castrenses.

Desde esa perspectiva, la lectura jurídica de las elecciones abre paso a la gran interrogante de la estrategia: cómo reconvertir la fuerza militar de una dictadura en la fuerza legítima de un Estado de Derecho democrático. Para responderla, los estudiosos pueden consultar las variadas y ricas experiencias de distintos ejércitos profesionales, entre los cuales destacan los del Perú, Chile, Uruguay y Brasil. Quizás lo que las une es la adaptación de un viejo aforismo asiático: para cualquier dictador es más fácil pasear sobre un león militar que tratar de domesticarlo. (El Líbero)

José Rodríguez Elizondo