Esta renuencia a convertirse en un “Ortega total”, al estilo del dictador nicaragüense Daniel Ortega, parece haber llevado a Maduro a un error de cálculo del que ahora seguramente se arrepiente: permitir las elecciones. Aunque la votación nunca iba a ser libre ni justa, Maduro, bajo presión de EE.UU. y de sus aliados izquierdistas en Brasil y Colombia, autorizó la participación de Edmundo González, un candidato alineado con la popular líder opositora María Corina Machado. Maduro subestimó enormemente la habilidad política de Machado, mientras que la prohibición de observadores electorales creíbles no fue suficiente para cegar al mundo, o a su propio pueblo, ante el evidente fraude electoral que se anunció la noche del domingo.
El lunes quedó claro que Maduro estaba dispuesto a dar el siguiente paso y convertirse en un régimen completamente rebelde, aislado, al estilo de Nicaragua, para retener el poder. El régimen nombró a Machado como sospechosa del llamado sabotaje electoral, un posible preludio para arrestarla. Después de que varios países latinoamericanos pidieran a Maduro que respetara la voluntad popular, reaccionó expulsando a todos sus diplomáticos de Caracas, una medida que incluso los cubanos han dudado en tomar a lo largo de los años. Suspendió muchos de los pocos vuelos internacionales que iban a su país. Y mientras miles de venezolanos salían a las calles para exigir que se respetara su voto, había temores de que la represión fuera más violenta que en la década pasada.
Al tratar de entender el comportamiento de Maduro y anticipar lo que puede suceder a continuación, vuelvo a dos suposiciones clave. La primera es que lo que Maduro y sus aliados más temen no es perder el poder per se, sino pasar el resto de sus vidas en una prisión de máxima seguridad en EE.UU. Con numerosos funcionarios, incluido Maduro, enfrentando acusaciones en tribunales estadounidenses por tráfico de drogas, y suficiente corrupción documentada y abusos de DD.HH. como para mantener a La Haya completamente ocupada durante una década, el Presidente y sus partidarios en el ejército nunca iban a dejar el cargo sin algún tipo de acuerdo radical de inmunidad y/o justicia transicional.
La segunda suposición es que el modelo del chavismo siempre ha sido Cuba, donde las autoridades se han mantenido “exitosamente” en el poder reprimiendo la disidencia, ignorando la economía cuando era necesario y exportando descontentos durante 65 años y contando. En la visión de largo plazo de La Habana, esta es solo otra tormenta que pasará.
Es posible que estas suposiciones sean erróneas: la estructura de poder venezolana puede ser más débil, más dividida y ansiosa por el cambio de lo que apreciamos. Maduro puede estar marcando terreno en anticipación de una eventual negociación. Pero si está realmente dispuesto a hacer lo que sea necesario para permanecer en el poder, entonces cualquier camino hacia una transición democrática será estrecho y extremadamente peligroso en los próximos días.
La presión internacional, particularmente de Brasil y Colombia, será necesaria, pero insuficiente. El régimen de Maduro tiene claro que el mundo sabe que mintió sobre los resultados y, simplemente, no le importa. La amenaza de Washington o de los europeos de más sanciones, o de reconocer a González como el líder legítimo, parece poco probable que mueva la aguja; ya hemos estado allí, con poco efecto positivo y mucho daño colateral. Maduro recibió apoyo instantáneo de China, Rusia e Irán, lo que puede darle suficiente salvavidas económico y diplomático para capear cualquier tormenta.
El foco, entonces, se centra en dinámicas dentro de Venezuela, muchas, desconocidas: ¿Hasta qué punto estarán dispuestos los venezolanos comunes a arriesgarse para intentar obligar a Maduro a dejar el poder? ¿Pueden Machado y González mantener comprometidos a sus partidarios? ¿Y al mismo tiempo mantener abiertos los canales con el aparato estatal para negociar una transición? ¿Las fuerzas de seguridad, que hasta ahora parecen unidas, comenzarán a fracturarse si la muestra de resistencia popular es lo suficientemente masiva? ¿Qué tan dispuestos estarán los soldados a derramar la sangre de sus compatriotas? Estas son las preguntas que los disidentes en Nicaragua, Cuba, China, Rusia, Rumania, Libia y otros lugares han enfrentado a lo largo de los años. Los resultados han sido en su mayoría sombríos, apuntando una vez más a ese viejo adagio: una vez que los dictadores toman el poder, son casi imposibles de eliminar. Casi. (El Mercurio AQ)
Brian Winter
Director de Americas Quarterly (AQ)