¡Magallanes, Magallanes!

¡Magallanes, Magallanes!

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Estaba en su lecho de muerte en Lima. Ya había aceptado su ¿injusta? abdicación en 1823 y no tenía más cuentas pendientes con Chile. Corría 1842 y a Bernardo O’Higgins solo le quedaba un sueño para con respecto a la patria a la que había ayudado a conquistar su Independencia. Añoraba que ese inmenso y frío territorio austral llamado Magallanes apareciera en los mapas como nuestro. Y no era un capricho del hijo del virrey irlandés: era un anhelo justo, necesario y visionario que aún no dimensionamos en su totalidad. ¿Falta de gratitud?

Antes de los 365 días de ese grito casi angustioso del prócer: «¡Magallanes, Magallanes!» -el 21 de septiembre de 1843-, la goleta Ancud alcanzó las tierras australes y sus extenuados 23 tripulantes hicieron flamear la bandera chilena en el Fuerte Bulnes. Magallanes quedaba bajo la soberanía chilena… ¡24 horas antes que un imponente bergantín de bandera francesa intentara igual misión!

¿Era esta la primera vez que nos hacíamos parte de un momento «estelar» de la historia, al decir de Stefan Zweig? No pues. En 2020 celebraremos los 500 años de la llegada del navegante portugués de apellido Magallanes que -a nombre de la corona española- alcanzó el icónico Estrecho que desde entonces lleva su nombre. Se nos viene una gran oportunidad…

Primero para remirar, repensar y revalorar nuestra historia, cosa que siempre hace bien. ¿Acaso esta «pequeña y angosta faja de tierra…» no fue «descubierta» (término muy poco apropiado, como si no existiera un Chile antes de Chile) 16 años antes de lo que aparece en los textos escolares que aluden a la hazaña del adelantado Diego de Almagro al divisarnos por vez primera en las cercanías del desierto de Atacama en 1536?

Existe la posibilidad de que los ciudadanos del siglo XXI «redescubramos» Chile a partir de Magallanes. No solo desde el noble navegante portugués que vivió azarosamente entre 1480 y 1521 -y que en el intertanto casi da la vuelta al mundo-, sino a partir de ese territorio «magallánico» al que le debemos tanto. Punta Arenas -que está a una hora de vuelo de la Antártica y a cuatro de Santiago, que cuenta con «saleros públicos» para descongelar las calles de la ciudad en los días invernales, según nos cuenta el alcalde Radonic, que hasta antes de la inauguración del Canal de Panamá (1914) tuvo una relación «cosmopolita» con el mundo, que acogió hace ya más de un siglo a los migrantes croatas sin aspavientos ni exclusiones, nos invita a hacernos parte de una fiesta.

Y no así como así. La convocatoria desde la ciudad más austral del mundo incluye la opción de que nuestro país esté en el «escenario internacional» como parte de una gesta aventurera, exitosa y única como esta. Pero más relevante todavía, es una ocasión para abandonar la desesperanza y -por el contrario- para tomar conciencia de que debemos y podemos hacer las cosas mejor. «Magallanes, Magallanes». (El Mercurio)

Magdalena Piñera

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