Prometer amor eterno es una muletilla muy recurrida por los galanes tirados a picaflor. Si resulta, el negocio es buenísimo. Beneficios inmediatos, pagados con un contrato a plazo difícil de ejecutar. Los políticos, comúnmente poseedores de una gran elocuencia, históricamente han utilizado esta misma estrategia. Prometer el oro y el moro durante las campañas y luego apelar a la mala memoria de su electorado –y si fuese necesario a la de ellos mismos- para incumplir promesas que nadie les puede cobrar, al menos hasta la próxima elección.
El ejemplo más clásico de esta estrategia es cuando los políticos le piden a los ciudadanos que paguen más impuestos ahora a cambio de un paraíso de bienes públicos de calidad en el futuro. ¿Le parece familiar? El paraíso de los galanes son los sistemas de pensiones administrados por el Estado. En ellos a los trabajadores se les pide que transfieran parte de su sueldo al Estado a cambio de la promesa de una pensión maravillosa cuarenta años después. No es difícil adivinar qué ha pasado con esas promesas. De manera que al igual que las promesas de amor eterno, la promesa de una pensión maravillosa realizada por un político hace cuarenta años atrás ha sido incumplida la mayor parte de la veces.
Quienes están en puestos que requieren de un “manejo político” de la comunicación, como los presidentes de organismos internacionales, parecen haber desarrollado hábitos similares a los de los amantes fugaces y los políticos. Por ejemplo, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, en su visita a Chile el verano de 2014, señaló: “Apoyamos enérgicamente este programa de reformas para Chile, que desde una perspectiva macroeconómica no causará ningún tipo de perturbación en la economía”. En octubre de este año, el propio FMI rebajo sustancialmente las proyecciones de crecimiento para Chile hasta el 2020, argumentando, entre otras cosas, que las reformas impulsadas por el Gobierno estaban afectando negativamente el crecimiento de nuestro país. Pero probablemente ya nadie se acuerda mucho de las palabras de Lagarde.
En estos días le ha tocado el turno al secretario ejecutivo de la OCDE, Ángel Gurría. Durante su visita esta semana a nuestro país, señaló que “si juntamos todas las cosas (reformas del actual Gobierno) estamos hablando de un crecimiento que podría potenciarse en un 1% anual una vez que las reformas estuviesen culminadas. Esta es una tremenda promesa. Un punto porcentual de mayor crecimiento por año hace una enorme diferencia. Por ejemplo, si Chile sigue creciendo al 2% por año se demoraría cerca de 26 años en alcanzar un nivel de US$ 30 mil per cápita. Si en cambio creciera 3% anual, sólo requeriría de 13 años para obtener igual resultado. El problema es que las reformas no estarán completamente implementadas hasta el 2018 o más adelante. De manera que será prácticamente imposible, e inoficioso, ir a cobrarle la cuenta a Ángel Gurría en cuatro o cinco años mas si su predicción resulta ser errada, como lo fue la de la directora del FMI.
De igual forma resulta extraño que el informe de la OCDE sobre Chile proyecte un crecimiento de sólo 3,3% para 2017, por debajo del crecimiento potencial que proyectan tanto el Banco Central como el Ministerio de Hacienda.