Quedamos en la posición que más nos acomoda. La que más responde al carácter y a la mística de nuestros militantes y posiblemente también la que más disfrutamos. Esa posición en la que nuestros dirigentes se yerguen con altura de titanes y nuestros militantes se muestran dispuestos al martirio. El glorioso Partido Comunista de Chile estaba siendo perseguido una vez más, acosado con furia, cazado. Pero no éramos un barco que se hundía, éramos un acorazado que combatía contra el mar y contra la flota enemiga.
Quizás lo único que nublaba ese momento que pudo haber sido el preludio de nuevos combates y el germen de nuevas leyendas, es que existía cierta confusión con la identidad del feroz acosador. No era el enemigo de clase, no “el burgués insaciable y cruel” del himno de la Joven Guardia, no el despótico imperialismo yanki; ni siquiera eran los esbirros, el brazo armado de la burguesía, la policía. No, quien perseguía al Partido era nada menos que nuestro propio gobierno, aquel que contribuimos a elegir, aquel que sosteníamos desde importantes cargos ministeriales.
Todo había comenzado ya hace algún tiempo. El tiempo suficiente como para que los experimentados ojos de viejos cuadros, sobrevivientes de mil batallas, lo hubiese podido advertir. Pero algo veló esos ojos. Quizás el orgullo de sentirse los verdaderos timoneles de un barco en el que el resto de la tripulación estaba formado sólo por grumetes. Tal vez la vanidad, ese resabio de la educación burguesa, que obnubiló a algunos jóvenes camaradas y contagió a viejos combatientes. Todo eso y mucho más pudo ser lo que no les permitió darse cuenta de que todo se inició cuando Gabriel Boric (el pueblo lo llama Gabriel), después de la derrota en el malhadado plebiscito del 4 de septiembre de 2022, comenzó a cambiar, sutil pero implacablemente, a su gabinete, poniendo en puestos claves a socialdemócratas. Sí a la Social Democracia que es el nombre de la caverna en que encuentra refugio la pequeña burguesía contrarrevolucionaria.
Todo eso ocurrió frente a los ojos de nuestros dirigentes y no lo pudieron ver. Tampoco lo vieron, o no lo sintieron, cuando sin venir a cuento, sin que fuera necesario, el mismo Gabriel Boric (sí, el pueblo lo llama Gabriel) comenzó a definir como “dictaduras” a los heroicos regímenes de Nicaragua y Venezuela que enfrentan solitarios la cobarde agresión del imperialismo yanki.
Las cosas comenzaron a ser más claras sólo cuando, ¡ay! ya era demasiado tarde. Cuando el subsecretario Monsalve comparó las manifestaciones del Partido en las afueras del Centro de Justicia en el que iban a encerrar al heroico alcalde Daniel Jadue, ejemplo de comunista consecuente, con las barras bravas del fútbol. O cuando Gabriel Boric (ya saben cómo lo llaman) viajó a Europa a reunirse con los lacayos del Imperialismo que habían convocado a una mal llamada Cumbre por la Paz exclusivamente para apoyar a Ucrania y al militarismo imperialista agrupado en la OTAN. ¡Y aprovechó el viaje, además, para en entrevista con la Deutsche Welle declarar que en Venezuela las instituciones estaban “claramente deterioradas”! Nada menos.
A partir de ahí todo fue cuesta abajo en la rodada y el barco comenzó a hacer agua. En un gesto que rezumaba odio anticomunista, el subsecretario Monsalve, el mismo que nos comparó con las barras bravas, tuvo la osadía de despedir de su puesto de asesor del gobierno a un viejo dirigente del Partido. ¡Como si un dirigente comunista pudiera ser despedido como cualquier cristiano (con perdón de la palabra)! Y para añadir la burla a la ofensa, el gobierno, nuestro gobierno, un gobierno que por nuestra sola presencia en él debiera ser popular, anunció el alza de las tarifas eléctricas. Y aquel al que llaman Gabriel, que debe saber que somos un Partido que sabe que las alzas de precios han ocurrido y siempre ocurrirán exclusivamente por la codicia de los pérfidos empresarios, declaró ¡que las deudas había que pagarlas!
Ese fue el comienzo del fin. El Partido se rebeló. Gritó su inconformidad. Se puso del lado de quienes reclamaban no que se subsidiara a los sectores afectados por esa alza, sino del de quienes exigían que las pagaran las empresas a costas de sus ganancias. Pero era demasiado tarde. El agua ya nos llegaba a los aparejos y el fin se hizo evidente cuando nuestras propias ministras comenzaron a defender esa vergonzosa alza de precios, como si nosotros fuéramos tecnócratas burgueses a cargo de defender la estabilidad de los mercados y la solvencia de las empresas.
Sí, porque también ha habido quienes, al parecer, quieren abandonar el barco (¿o será que quieren verlo partirse por la mitad?). Mientras se decidía la detención del heroico alcalde Jadue, una ministra comunista declaró “respetamos la labor de la justicia”. ¿Qué clase de comunista es esa ministra que no ha oído nunca hablar de la justicia burguesa? Y otra ministra afirmó que ella no iría a visitar al heroico alcalde al lugar en que esa justicia lo mantiene prisionero: las inmundas mazmorras de la cárcel política llamada “anexo Capitán Yáber” (hecho que denunció oportunamente el compañero Diosdado Cabello, heroico dirigente del gobierno venezolano). Y cuando el partido reclamaba por la injusticia y la falta de respeto del despido del viejo camarada dirigente, nuestro presidente debió reconocer ante la prensa que era posible que hubiera habido figuras del Partido que hubiesen sabido previamente de ese despido sin haberlo informado a tiempo.
Escribo estas notas apresuradas, que irán a una botella que arrojaré al mar, en el momento en que me entero de que la Comisión Política del Partido ha citado a nuestras ministras. ¿Será para llamarlas al orden? ¿Para coordinar el abandono del barco? ¿O como en derredor nuestro no hay más salvavidas que el propio gobierno, nos haremos los desentendidos hasta hundirnos todos juntos? (El Líbero)
Álvaro Briones