En una charla Ted vi a un tipo decir que nuestra vida es una competencia constante entre nuestro yo presente y nuestro yo futuro, los placeres que se da el primero los paga el segundo en sacrificios; al contrario, la austeridad actual traerá prosperidad a nuestro yo del mañana. La batalla es dura, en mi caso yo escucho a un Gonzalo Cordero que, con varios años más, desde el futuro me demanda que coma menos colesterol, pero ahora, en el presente veo sobre la parrilla una entraña irresistible, dorada por fuera y jugosa por dentro. Es la eterna lucha entre el ahorro y el consumo, entre quedarse estudiando o irse a carretear, entre ver la serie adictiva de Netflix o salir a trotar.
En política existe la misma tensión, materializada entre la encuesta del próximo lunes y la opinión decantada que la gente se formará en el futuro. En el caso de la centroderecha esta batalla es arquetípica, pues la gente espera que sus gobiernos traigan prosperidad económica, la cual solo será posible en el futuro si aumenta la inversión en el presente. El drama es que las condiciones que hacen posible esa mayor inversión implican un sacrificio actual que, casi siempre, es incompatible con lo que quiere la mayoría de la gente.
Esto explica, en buena parte, la paradoja de que sociedades donde los políticos se dedican a complacer todas y cada una de las demandas de la gente terminan anómicas y gritando “que se vayan todos”, mientras el político que la historia registra como el más grande del siglo XX fue el que ofreció “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.
Obviamente gobernar es más difícil que escribir columnas, especialmente cuando la oposición tiene mayoría en el Congreso y la agenda opositora es controlada por el izquierdismo adolescente del Frente Amplio y el populismo ideológico del PC. Ahí es donde la teoría se convierte en realidad y tanto al gobierno como a los parlamentarios oficialistas no les queda más que hacer lo que pueden. Pero una cosa son las concesiones que impone la correlación de fuerzas legislativas y otra las que se hacen a la encuesta del próximo lunes, porque las primeras son y se ven como sacrificios; las segundas, en cambio, solo funcionan si se presentan como convicciones propias. Ahí es donde la encuesta del lunes entra en colisión con las condiciones que definen el juicio que la gente hará en el futuro del resultado del gobierno de centroderecha.
Alguien podría decir, con sorna, que promuevo la impopularidad y que soy de aquellos que prefiere perder en el purismo a ganar con la concesión. En realidad es exactamente al revés, porque a veces para ganar de verdad hay que pagar el precio de perder en la encuesta del lunes. Por mi parte, este domingo no comeré entraña. (La Tercera)
Gonzalo Cordero