Más allá de las importantes omisiones en su texto -tantas que razonablemente han llevado a muchos a suponer torcidas intenciones en su elaboración- la presentación de un proyecto de reforma constitucional que modificaría el sistema político ha abierto la oportunidad para discutir las características de ese sistema y, en particular, de nuestro sistema de partidos.
Y la primera cuestión que debería abordarse en una conversación de ese tipo debiera ser ¿cumplen los partidos con los requisitos que demanda un sistema democrático? Esto es, ¿están enraizados en la base social que están llamados a representar? ¿Cumplen con mostrar al electorado con claridad y precisión sus principios, ideologías y programas? ¿Siquiera sus militantes están al tanto de esos principios, ideologías y programas? ¿Tienen la capacidad de controlar o al menos de orientar la actividad de sus militantes cuando estos son electos por la ciudadanía?
Lo cierto es que la respuesta a la mayoría de estas preguntas no puede sino ser negativa. Los partidos políticos chilenos no sólo no están arraigados en la base social (que desconoce mayoritariamente lo que ellos dicen que representan), sino que en la mayoría de los casos carecen de la capacidad de representar intereses o necesidades emanados de esa base social. En la elección de diputadas y diputados de 2021, tres partidos obtuvieron más de un 10% de la votación popular: RN, UDI y Republicanos. Ellos representaron más de un tercio del total del electorado nacional: ¿cuántos de sus electores conocen sus declaraciones de principios o los programas que ofrecen a la ciudadanía para obtener su apoyo? Y en la trinchera de enfrente: si el Partido Comunista se presentara ante la sociedad proclamando ser “la vanguardia política del proletariado industrial” y declarara que pretende conducir a la sociedad hacia la revolución que habrá de instituir la dictadura de ese proletariado -todo ello según se desprende de su declaración como partido marxista-leninista registrada en el Servel- probablemente no conseguiría ni un solo voto (bueno, concedamos, algunos pocos votos) pero sí muchas sonrisas benevolentes de esas que la gente reserva para quienes están un poco mal de la cabeza.
Y es que los partidos en Chile, hoy, tienden a representar estados de ánimo sociales, tendencias culturales e incluso modos de vida antes que necesidades o intereses emanados de la sociedad. Los estados de ánimo social han dado lugar a identidades reactivas y de actuación esporádica que se expresan en partidos al servicio de caudillos cuyas carreras políticas sólo pueden ser comprendidas por la personalización de la política. En Chile ese es un fenómeno que se repite y en la última elección presidencial una expresión de él llegó a ocupar el tercer lugar en las preferencias electorales en la primera vuelta.
Las tendencias culturales, por su parte, dan lugar al “identitarismo” que hoy inunda la sociedad y la política chilenas. Las demandas y la política identitaria dividen a la sociedad en grupos de interés en función de la identidad de género, el origen étnico, la orientación sexual o de alguna forma de vida en particular y tiene una presencia ya dominante en nuestra cultura y también en la política y en los partidos políticos. Es probable que aspectos del identitarismo estén presentes en prácticamente todos los partidos políticos, incluidos aquellos creados mucho antes que éste hiciera irrupción en la sociedad.
La representación de ciertos modos de vida también está substituyendo a la representación de las necesidades sociales. El hecho que una ministra comunista pueda, al mismo tiempo, ser una importante influencer de la moda entre las mujeres, habla ya de ese fenómeno. Aunque probablemente el que se ajusta aún más a la realidad de un estilo de vida que comienza a convertirse en signo de identidad política sea el llamado “ñuñoísmo”, asociado principalmente a personas jóvenes y profesionales amantes de los cafés boutique y las mascotas, pero también y quizás de manera principal, a una postura progresista frente a temas sociales y una postura alternativa y extrema frente a temas políticos. ¿Alguien podría dudar acaso que el partido Frente Amplio encuentra un importante número de adhesiones entre los ñuñoístas?
La desvirtuación de la relación entre los militantes y sus partidos, por su parte, probablemente encuentra su origen en la intersección entre el individualismo que ha tendido a imponerse como norma cultural en nuestro país y la condición de proveedores de empleos para militantes que terminaron asumiendo los partidos a poco de iniciados los gobiernos que sucedieron a la dictadura.
La conversión de los partidos políticos en verdaderas agencias de empleo -empleos en los que se incluye el de parlamentario o parlamentaria- no sólo terminó por desvirtuar los principios de eficiencia y eficacia en la administración del Estado y sus organismos dependientes o relacionados, sino que tendió a acabar también con la relación original entre un partido y sus militantes. Hoy, la relación entre el militante y su partido se distancia de cualquier posible lealtad con principios, ideología o programas para convertirse en una subordinación determinada exclusivamente por la capacidad del partido de ser el proveedor del sustento diario.
En el caso de los parlamentarios -y por extensión concejales, alcaldes y gobernadores- ya se ha hecho un lugar común la renuncia a sus partidos cuando advierten que no serán nominados como candidatos para una reelección o para otro cargo de elección popular al objeto de postular al mismo en calidad de independientes. Y también los casos de quienes son elegidos por un partido y se desligan de éste o se cambian a otro no bien fueron electos. En todos estos casos la adhesión o la simple identificación con los principios, ideología o programa de su partido quedan en el olvido y la “carrera” política se convierte en un negocio individual.
Este y muchos otros antecedentes que los lectores podrían aportar, explican la baja confianza que las personas tienen hoy por los partidos en Chile -en la Encuesta CEP N° 92, correspondiente a los meses agosto-septiembre de 2024, el Congreso y los partidos políticos obtuvieron los niveles más bajos de confianza, con un 8% y un 4% respectivamente- sino también el hecho que una verdadera reforma al sistema político debe ir mucho más allá de umbrales y número de partidos, para preocuparse principalmente de la calidad de éstos. (El Líbero)
Álvaro Briones