Reconciliación, justicia, perdón, impunidad, consenso… eran las palabras que definían, que le daban forma, a la transición. Por la prensa nos enterábamos de que se encontraban restos de ejecutados en Pisagua. Y en el Patio 29 aquí en Santiago. También del contrabando de armas, de los cheques al hijo de Pinochet y de la oficina que se creó para desactivar a los que lucharon contra la dictadura y luego empezaron a robar bancos. Los mensajes nunca eran directos. Iban envueltos en sonrisas (Aylwin) o bien eran pachotadas disfrazadas de dichos populares (Pinochet).
Pero por debajo de las noticias estaba la vida. La vida en el barrio, en las oficinas, en las universidades, en los centros culturales y en los galpones donde incluso se insinuaba algo parecido al destape. Mauricio Redolés siempre estuvo allí, atento a la vida. Supo tomarle la temperatura a esos días en que el futuro era indisociable de un pasado gangrenoso. Porque la transición, como salta a la vista en su espléndida antología El estilo de mis matemáticas, era caminar hacia delante mirando hacia atrás, a los que se quedaron en el camino.
Uno de ellos fue Gaete, protagonista del poema (y canción) más popular de Redolés, “¿Quién mató a Gaete?”. El coro postula que puede haber sido el copete o el carrete, pero entre medio de los versos se filtran otras versiones. Podría ser el Mamo o la Sudamericana de Vapores, lo que remite al Golpe, pero al mismo tiempo se informa que pudo morir en un campo de “con-cer-ta-ción”. O quizás fue el sida, el Fondart, un operador de Codelco… En ese clima que ya es noventero, hay una sola certeza: Gaete “no cachó los nuevos vientos”.
Cuesta encontrar un antecedente literario de Gaete. De pronto hay que ir al cómic, a la revista Trauko y su saga “Checho López”, sobre un funcionario que tras perder su empleo empieza a degradarse.
En el prólogo a El estilo de mis matemáticas, Yanko González emparenta a Redolés con Pezoa Véliz, el primero en darle espacio a los pobres diablos, a los perdidos, como el protagonista de su poema “Nada” y también como Gaete y Checho López. Redolés y Pezoa Véliz tienen el mismo aliento popular y la actitud punk, al punto de que parecieran rechazar la formalidad de la letra impresa. Para muchos durante la transición, Redolés era antes que nada un músico, así como a fines del siglo XIX Pezoa Véliz leía sus versos en el mercado con el seudónimo de Juan Mauro Bío-Bío.
Esta antología permite fijar, en el mejor sentido, una obra híper dispersa e inencontrable. Lejos de la transición y de las tocatas en las que Redolés era número fijo, sus versos multiplican los significados y mantienen intacta la carga de rebeldía y ternura que distingue a los poetas eternos. Basta con citar “Ropavieja”: “Cuando uno deja ropa vieja como trapero, pongamos el caso de un pijama, luego es como trapear con los sueños. O si es la ropa de alguien que se fue de la casa, es como trapear con la ausencia. Y si es tu vieja camisa es como trapear con el recuerdo de ti mismo. Trapear con ropa vieja es trapear con sueños muertos”. (La Tercera)
Álvaro Matus