Este año enfrentamos una gran tormenta que sacude el alma de nuestra sociedad democrática y representativa, como fue el destape de los denominados casos de corrupción. Desde entonces se habla de una crisis de confianza y de la importancia de recuperar el alma de nuestra sociedad cívica, la misma que nos permitió transitar a la democracia hace 25 años.
Desde dónde nos inspiramos para recuperar esa confianza es primordial, buscar en nuestra propia naturaleza humana y cívica la convicción para creer que de una crisis nace una oportunidad, y que esta vez no podemos echarlo a perder. Estamos llamados a tomar acción, no solo tomar conciencia de la oportunidad sino que trabajar activamente para que se haga realidad, desde nuestros distintos roles en la sociedad. Esto requiere esfuerzo, rigor, disciplina y perseverancia.
Dados los resultados del análisis que realizó recientemente la Alianza Comunicación y Pobreza sobre la representación y cobertura de los casos de corrupción en la prensa, donde las voces representadas pertenecen mayoritariamente a la élite y esferas de poder de nuestro país, nos debemos ‘ocupar’ mucho más todavía. Leerlos despierta indignación, pues en su rol social los medios de comunicación no solo deben reflejar sino fomentar e inspirarnos en la construcción de una cultura transparente y participativa, donde todas las voces tengan cabida para ejercer transversalmente la ciudadanía y con ello poder transformar y mejorar los procesos en la construcción de la opinión pública, aquella que, junto con crear realidades, movilice fuerzas, reúna espíritus y, sobre todo, otorgue espacios para el florecimiento de las confianzas. Los datos obtenidos no nos hablan de ello, por lo tanto, hay un amplio campo de trabajo que recorrer y construir.
Un cambio tan profundo requiere no solo de pedir transparencia y probidad, requiere de un compromiso verdadero que nos lleve a ser protagonistas de un cambio de mirada y de una transformación en nuestra manera de actuar y relacionarnos, y esta tiene una íntima raíz ética.Desde las organizaciones de la sociedad civil, la deuda que tenemos también es gigante. Salvo contadas excepciones, no nos hicimos parte del debate, no alzamos nuestra voz ni exigimos entrar en él. ¿Estamos también implicados en estos casos, nos produce temor, nos avergonzamos? ¿Cómo no va a ser relevante para las organizaciones de la sociedad civil la transparencia y la probidad? ¿Cómo no va a ser relevante para la ciudadanía, o para los más excluidos, el abuso de poder?