Mejor que nosotros

Mejor que nosotros

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Muchos medios de comunicación se refieren a él como el «alumno», como si el joven estudiante del colegio de la Alianza Francesa que se quitara la vida hace unos días, no tuviera nombre ni rostro.

Detrás de una noticia que leemos como espectadores, como voyeristas, están el rostro, la mirada, y los anhelos truncados de Nicolás Scheel, un joven, casi un niño.

No puedo dejar de pensar en él y en su familia, a quienes abrazo desde estas líneas.

¿Se sintió solo, humillado, amenazado, no quiso o no pudo abrir su corazón a nadie?

Miro una fotografía de Nicolás dándole comida en la boca a una mujer de un asilo de ancianos. Lo veo sonriendo, jugando rugby. Le gustaba garabatear pensamientos en páginas de cuaderno. Era un buen alumno, un buen hermano, un buen hijo. Todavía hay más preguntas que respuestas.

Pero las preguntas van mucho más allá de las que se está haciendo la fiscalía en este caso. ¿Por qué tanto suicidio y depresión de adolescentes en Chile? ¿Por qué el consumo de marihuana se ha disparado, y por qué nuestros jóvenes quieren borrarse en fiestas cada vez más alienantes? ¿No será un grito de desesperación ante una sociedad del rendimiento, pragmática y cínica que solo lleva al hastío y al sin sentido?

Y por otro lado, ¿qué significa educar en estos tiempos? ¿Solo preparar para pruebas estandarizadas y resultados medibles? La educación ha sido secuestrada por el Pensar Calculante. Y la responsabilidad de eso la comparten padres con educadores que olvidaron la dimensión profundamente espiritual de la educación (y digo espiritual en sentido amplio, no exclusivamente religioso). Y ante el flagelo de la droga, ¿no es la obligación primera de un colegio contener y proteger a sus niños antes que aplicar literalmente una ley, con rigidez y absurdo apresuramiento? ¿O vamos a llenar las comisarías con todos los jóvenes que llevan uno o más pitos en sus mochilas? Pero no basta con abrir las mochilas para saber la verdad.

¿Quién conoce el corazón de sus hijos? ¿Quién conoce el corazón de sus alumnos? Nunca conocí a Nicolás Scheel. Sus cercanos me hablan de él con mucho cariño. Yo también fui adolescente y también crucé las tempestades propias de la edad. «Era un joven con problemas» -dicen algunos-. ¿Qué adolescente no los tiene? A esa edad también me sentí muchas veces solo, también garabateé pensamientos en hojas de cuaderno, también me equivoqué.

La adolescencia es como cruzar un abismo, es la edad en que vemos morir nuestra propia infancia. ¡Cómo nos cuesta y nos duele crecer! Y más ahora que el sistema entero presiona para abandonar la infancia prematuramente. La adolescencia es también la edad en que la creatividad desborda, en que el idealismo nos agarra por dentro. Nicolás ayudaba a su hermana mayor a acompañar a menores en situación crítica del Sename, quería estudiar medicina y tal vez irse al sur.

Pienso en Rimbaud, el poeta francés que tenía 16 años (la misma edad de Nicolás) cuando escribió estos versos: «En verdad he llorado demasiado/toda luna es atroz/y todo sol amargo». Y esa terrible confesión: «!pero ni una mano amiga!» Pienso en Nicolás Scheel y quiero retroceder el tiempo, ir a abrazarlo y decirle: «tú no me conoces pero yo soy tú». Otra vez Rimbaud: «je est un autre» (yo es un otro).

Cuando Nicolás murió, morimos todos: sus profesores, los directivos del colegio, sus padres, hermanos, sus amigos. Todos. Pero es más fácil desentenderse de su trágica muerte que hacerse cargo de verdad de ella. Si la muerte de un joven no tiene sentido, nada tiene sentido. ¿Estamos dispuestos -para honrar su memoria- a buscarle un sentido? ¿Tenemos el suficiente coraje para hacerlo?

Dice Enrique Lihn sobre un joven muerto prematuramente: «Porque un joven ha muerto/pido que me demuestren una vez más el valor de la vida/antes de que este cielo de Octubre/me haga bajar los ojos hacia una tierra en ruinas./Tú y yo lo conocíamos/era como nosotros/ o mejor que nosotros (…)»

 

El Mercurio

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