Muerte y resurrección

Muerte y resurrección

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No hay que ser muy perspicaz. La partida de Giorgio Jackson representa el fin del Frente Amplio, al menos como lo conocimos desde el episodio que lo engendró: las movilizaciones estudiantiles de 2011. Por esto en sus filas ella se ha vivido con tanto dolor; por eso tanto jolgorio entre los comentaristas que son parte de la generación que quedó en el limbo perpetuo; por eso la derecha, en todas sus versiones, fue tan terca a la hora de exigir su decapitación: era la oportunidad de saciar la sed de venganza hacia una corriente política y cultural que la puso en jaque.

Las corrientes que dieron origen al Frente Amplio no tuvieron mucho tiempo para madurar, ni emocional ni intelectualmente. No habían terminado aún la universidad cuando sus líderes eran ya figuras nacionales. No habían pagado jamás impuestos cuando ya estaban discutiendo del Presupuesto de la Nación. No habían creado una familia cuando ya estaban diseñando un sistema nacional de cuidados. No contaban con cuentas bancarias cuando comenzaron a recibir dietas del Estado. No sabían de derrotas ni fracasos cuando ya se imaginaban inaugurar un mundo nuevo. Quizás no lo buscaron, pero les tocó.

¿Es aquello algo inusual? No en el fondo; sí en su rapidez.

Muchas otras generaciones políticas han debido, de improviso y sin preparación previa, asumir responsabilidades mayúsculas, y enfrentar la desconfianza de los mayores acerca de sus aptitudes. Pero nunca, en un tiempo tan breve, habían alcanzado una situación de indiscutida hegemonía y control, como les ocurrió a las fuerzas del Frente Amplio. El Podemos español, por ejemplo, antes de su ocaso, no alcanzó jamás una posición semejante. Esta aceleración explica en parte los déficits de la nueva izquierda en el poder.

De partida, la carencia de un sustrato intelectual capaz de suplir el desgaste de los que fueran sus soportes fundacionales, usuales en todo propósito renovador: la crítica al pasado (en este caso, los “30 años”), la demanda de un recambio generacional (en este caso, a la Concertación), y la proclamación de un estándar moral no contaminado por intereses ni transacciones (en este caso, respecto del mundo empresarial).

Ello esclarece también algo que va más allá de un problema de gestión: la propensión a trasladar al Estado (porque esto les tocó: lo podrían haber hecho también a la empresa, si hubiesen tenido la oportunidad) las formas de relación y organización propias de la época juvenil, cuando predominan los roces, los afectos, el tumulto, la fusión, la brevedad, la promiscuidad, la rebeldía hacia las formas y protocolos. En esta materia, el “caso convenios” es un ejemplo de laboratorio.

¿Cómo se resuelven tales déficits?: “haciendo la experiencia”, como repetía Ricardo Capponi.

El gobierno les ha enseñado a reconocer el valor del pasado y la sabiduría de sus predecesores, así como las dificultades de mover un órgano como el Estado y satisfacer a una opinión pública impaciente, que exige soluciones aquí y ahora. Han descubierto también, con estupor, que el tráfico de influencias y la corrupción no tienen domicilio: habitan en viejos y jóvenes, derechas e izquierdas, empresas y fundaciones. Desde su cargo, el Presidente Boric fue el primero en domesticar esa altanería tan propia de la juventud; el ocaso de Jackson es la ocasión para que en las filas de todo el FA la modestia “se haga costumbre”.

En cuanto al déficit intelectual el asunto es más complejo. Es un signo de la época: ya no hay ideologías, doctrinas o teorías duras; todo es light, líquido y liquidable. Lo relevante a tener en cuenta es que en el seno del FA han decantado dos almas: la fría y calculadora de los “ingenieros” de RD, y la desgarrada y algo ingenua de los “poetas” de CS, para ponerlo en simple. Lo lógico es que converjan, como ha propuesto Boric, pues se necesitan mutuamente. Tras hacer el duelo, quizás su antiguo socio pueda colaborar en esto, ahora sin el corsé que le impone ser parte del Gobierno. Si así fuera, la muerte de Jackson podría ser la antesala de una resurrección. (El Mercurio)

Eugenio Tironi