El trovador guatemalteco -adorado por algunos y odiado por otros- hizo popular una canción con el título de esta columna, con la que homenajea a las integrantes del sexo femenino, llegando a decir que sin ellas ni Picasso ni Neruda hubieran sido lo que fueron.
Cada 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se exaltan sus cualidades y talentos, se pide mayor participación en la vida social y se exige la eliminación de discriminaciones en su contra. Adelantándose a la fiesta, la Presidenta Bachelet incluyó en su proyecto «póstumo» de Constitución una disposición que asegura la igualdad salarial entre hombres y mujeres. Nada como el papel legal para este tipo de promesas.
Con todo, es positivo que se festeje a las mujeres y se propenda a una mayor equidad de derechos. Advertimos, sin embargo, que desde hace unos años las reivindicaciones por los derechos de la mujer están siendo dominadas por corrientes ideológicas que pretenden sustituir la distinción de la sexualidad entre lo femenino y lo masculino, para implantar en su reemplazo un concepto neutro y multifacético de «género».
No negamos el aporte que las teorías de género han realizado para eliminar los estereotipos sociales que mantienen a las mujeres en situación de inferioridad. Pero algunos pensadores y activistas han radicalizado las teorías de género, para sostener que la misma dualidad «hombre-mujer» sería una estructura cultural interesada en mantener la hegemonía de una heterosexualidad binaria y patriarcal. El género, e incluso el sexo biológico, son entendidos como algo «construido», primero por la sociedad y luego por los mismos individuos que autodeterminan su identidad. Parece justo motejar estas corrientes como «ideología de género», para distinguirlas de las teorías de género que sí reconocen la identidad femenina.
Es sintomático que, en medio del repudio a los abusos en contra de mujeres en Hollywood, haya ganado un Oscar la película chilena protagonizada por Daniela Vega, una persona transexual que siendo biológicamente varón ha transitado a una identidad femenina. Indudablemente, hay que celebrar este triunfo para el cine chileno, admirar los méritos del filme y de Daniela y agradecer que ponga al desnudo la marginación que padecen las personas trans.
Lo que no parece digno de celebrar es el aprovechamiento político que se hace del premio para promover los planteamientos de la ideología de género y presionar al Congreso para que apruebe un proyecto de ley que se funda en ella. En verdad, esta ideología utiliza a las personas trans, no para ayudarlas en sus problemas de inserción social -que no se solucionan por un cambio de nombre y de sexo registral-, sino para negar que la sexualidad humana se expresa en los sexos femenino y masculino. A los trans, se asociarán luego intersexuales, queers , gender benders , gender fluid , agenders , etcétera. No teniendo relación con una realidad ya dada u objetiva, el género se resiste a la delimitación y termina dependiendo de la subjetividad individual.
Lo curioso es que con esto pierde relevancia el ser mujer. ¿Qué es ser mujer si el sexo/género no es más que una identidad entre muchas que puede asumirse por mera autopercepción? Y lo más grave: ¿cómo puede señalarse que alguien tiene psicológicamente identidad femenina si esta no se basa en una realidad biológica objetiva y anterior a cualquier intervención cultural? ¿Cómo se puede ser una «mujer fantástica» si no se sabe ni interesa saber lo que es ser mujer?
El rechazo a la discriminación de las minorías sexuales, en especial de las y los trans, no pasa por consagrar legalmente la «ideología de género». Esa concepción, a pretexto de inclusión e igualdad, invisibiliza a las mujeres como personas de sexo opuesto y complementario al del varón y con ello oscurece las zonas en las que ellas son objeto de dominio y cosificación. Todo mientras les cantamos canciones tipo Arjona, hacemos promesas constitucionales y declamamos elegías insustanciales como las que seguramente escucharemos hoy.
El Mercurio