Llegué a pensar que no volvería a escuchar el concepto de nacionalizar, de manera seria y como parte de un proyecto político relevante, en nuestro país. Me parecía impensable, pero claro, tan impensable como que existan personas con estudios formales que son antivacuna o que crean que la Tierra es plana. Pues bien, de todo hay y, para ser sincero, me resulta difícil jerarquizar el orden de desapego con la realidad en que habría que ordenar cada uno de estos despropósitos.
Con todo, hay una diferencia considerable, hasta ahora los contrarios a la vacunación y los que piensan que vivimos dentro de una cúpula construida en Hollywood y que tiene pintado el firmamento siguen siendo minoría; pero esto de nacionalizar, en cambio, es mayoría respecto de varios bienes económicos: el agua, tal parece que los yacimientos minerales y cualquier cosa que a alguien se le ocurra definir como “estratégica”.
La Convención Constitucional, esa que iba a escribir la “casa de todos”, la Constitución de los próximos 50 años, la Carta Fundamental que iba a legitimar en democracia las instituciones que nos dieron progreso y estabilidad -como nos decían con entusiasmo algunos optimistas dirigentes de derecha- se ha dedicado a aprobar, en distintas comisiones, propuestas de normas que ponen fin a concesiones, derechos de agua y otras barbaridades equivalentes, como eliminar el Senado y terminar con la independencia de los jueces.
Aunque en estas mismas páginas un conocido columnista nos pide que no cunda el pánico, la verdad es que está empezando a cundir. Algunos empresarios, de esos que les gusta verse “abiertos” a los cambios, que se mostraban confiados y hasta decían que votaban “Apruebo”, empiezan a dar también señales de nerviosismo. Parece que la racionalidad no se está imponiendo, como más de alguien les aseguró que ocurriría, y podría ser que los “pesimistas” tuviéramos algo de razón.
Pero la naturaleza humana sigue siendo predecible, una parte necesita creer en conspiraciones y por eso están seguros que, con las vacunas viene un chip que permitirá a Bill Gates controlarnos, otros piensan que la riqueza sobra y solo falta repartirla, ya que la conspiración de los “súper ricos” es la que nos mantiene en una necesidad artificial, y la élite -la misma que bailaba en Versalles- necesita creer que nada puede alterar su mundo.
Estos últimos son los mismos que respirarán aliviados cuando el pleno apruebe textos del tipo que solo se nacionalizará por una ley aprobada en el Congreso con mayoría absoluta, que los derechos de agua se respetarán por 10 años y solo podrán caducarse por sentencia judicial y los jueces ya no tendrán límite de tiempo, pero sí existirá el consejo de la justicia.
Nooo, esto es otra cosa, nos dirán con tranquilidad. Se moderó, expresarán aliviados los analistas. Y podrán seguir bailando todos, tranquilos, en Versalles. (La Tercera)
Gonzalo Cordero