En el acalorado y caricaturizado debate sobre el rápido crecimiento de la población inmigrante en Chile, algunos defensores de la política de puertas abiertas parecen olvidar que no tenemos capacidad ilimitada para recibir extranjeros. Por más que queramos ir contra la corriente mundial que pone obstáculos a la llegada de inmigrantes de países que atraviesan por guerras civiles o crisis humanitarias, el tamaño de Chile simplemente no da para recibir a todos los que quisieran venir. Como hay más postulantes que cupos, parece razonable establecer criterios objetivos y transparentes que regulen esa discriminación que inevitablemente deberemos hacer.
El aumento en el flujo migratorio hacia Chile se explica tanto por lo que hemos hecho bien en el país, como por los problemas en los países de origen de los inmigrantes. Desde el retorno de la democracia, la pobreza se ha reducido sustancialmente en Chile y las oportunidades se han expandido de una forma que no tiene precedente en la historia nacional. Aunque muchos destacan nuestros altos niveles de desigualdad, cuando nos comparamos con América Latina, Chile es una luz en el camino.
Es verdad que en Argentina o Uruguay la red de protección social es más extendida, pero esos países no han visto un crecimiento tan acelerado en su número de migrantes en los últimos años como nosotros. Después de todo, las personas escogen dónde ir a partir del conjunto de oportunidades que ofrecen esos países. La red de protección social puede ser más débil en Chile, pero el conjunto de oportunidades que ofrecemos como país supera lo que ofrecen los países vecinos, al menos desde la perspectiva de las decenas de miles de migrantes que llegan cada año. Algunos chilenos pueden estar descontentos con el modelo de libre mercado vigente en desde el retorno de la democracia, pero los extranjeros que llegan son creyentes del modelo, por eso escogen venir. De ahí que la inmigración fortalece el modelo, al sumar anualmente a decenas de miles que quieren que el país siga por el mismo camino que hasta ahora.
La llegada de inmigrantes también se explica por lo que está pasando en sus países de origen. Los conflictos políticos y guerras civiles generan crisis humanitarias que inducen a mucha gente a buscar mejores oportunidades en otro lado. La llegada de haitianos y venezolanos hoy dice tanto sobre los problemas por los que atraviesan esas naciones, como hace unos años la de colombianos y españoles reflejaba los problemas por los que entonces atravesaban ellos.
Ya que la desigualdad entre países es cada vez más patente —el PIB per cápita en poder de compra de Chile es 13 veces superior al de Haití, una diferencia significativamente mayor a las 3,5 veces que existen entre Estados Unidos y México—, los incentivos para migrar hacia países más desarrollados seguirán aumentando. Mientras más se desarrolle Chile y más rezagados queden otros, más incentivos habrá para que personas que ven frustrados sus sueños en sus lugares de origen decidan probar suerte acá.
La popularidad de Chile como destino migratorio genera también problemas y oportunidades. Nuestra economía no puede absorber un número ilimitado de nuevos trabajadores. Incluso si el número crece moderadamente, su impacto será negativo en el aumento de los salarios de la fuerza laboral chilena. La llegada de inmigrantes tiene muchos efectos positivos, pero nadie puede pretender negar el impacto negativo de corto plazo que tiene en los salarios de los trabajadores menos capacitados.
Afortunadamente, la demanda que existe entre la población migrante de América Latina por venir a Chile también constituye una oportunidad. Nos podemos dar el lujo de seleccionar migrantes a partir de su preparación, atributos y capacidad de trabajo. Como una universidad que tiene más postulantes que cupos, Chile puede seleccionar a inmigrantes que ayuden a que seamos un país más desarrollado, diverso y productivo.
Algunos pensarán que es injusto para los migrantes tener que someterse a procesos de selección. Pero tal como aquellos que postulan a un trabajo deben competir con otros aspirantes, estos inmigrantes que aspiran a ser parte de nuestro país —que postulan a enriquecer al país con su trabajo, su cultura, su raza y sus historias de vida— deben también competir por esos limitados cupos que tenemos para recibirlos.
El debate sobre la inmigración tiene dos extremos igualmente populistas. Mientras unos caen en caricaturizar a los inmigrantes como delincuentes en potencia, otros caen en la igualmente infundada y populista postura de creer que Chile puede recibir a todos aquellos que se quieran venir. Porque hay más demanda por venir que capacidad para recibir inmigrantes, más temprano que tarde deberemos empezar a seleccionar quiénes pueden entrar y quiénes no. (El Líbero)
Patricio Navia