Tuve el privilegio de que Nicanor Parra recitara, mirándome a los ojos, El Hombre Imaginario, en su casa en Las Cruces con vista a un mar no imaginario.
Estábamos hablando de literatura inglesa, y de la nada comenzó a declamar… Yo no lo podía creer, cada palabra me quemaba por dentro; más cuando conocía los hechos que llevaron al antipoeta a escribir ese poema con un revólver en el escritorio.
Para mí fueron tan fuertes las conversaciones que tuve con él que algunas las plasmé en un relato que se incluye en el libro Cuentos Bipolares.
¡Grande Nicanor! En esos tiempos estaba por cumplir los cien años. Me decía que su cuerpo le dolía incluso durmiendo, que no acompañaba a esa mente brillante y rápida que te hacía sentir que estabas rindiendo examen todo el tiempo.
Anécdotas tenía millones; y doy gracias que haya nacido en estas tierras, porque él es aire fresco. Por donde pasara o lo que dijera, nada quedaba igual. Rebelde, desafiante, descolocador e independiente.
Esa independencia, quizás, le costó no haber recibido el Nobel de Literatura. Otros dicen que fue por una razón geopolítica, ya que Chile tenía bastante al haber ganado dos veces (Gabriela Mistral y Pablo Neruda) y el premio busca el equilibrio global. Algo de eso puede haber, porque países vecinos no tienen a ningún galardonado.
Pero creo que, en el fondo, a la Academia Sueca no le gustaba mucho esto de que él no se dejara clasificar ni siguiera los cánones establecidos. Tampoco hizo lobby, y no era políticamente correcto. ¡Pero cómo lo iba a ser, si él vino a romper los cánones y a bajar a los poetas del Olimpo! Él es, precisamente, el anti Nobel.
Recitaba en sencillo, sin voces impostadas, sin giros rebuscados y retratando genialmente la vida diaria. ¿Rupturista? Sin duda.
Pese a ser nominado tres veces al premio Nobel, no se lo dieron. Pierde la academia sueca, porque Nicanor es más grande que eso y todos tenemos la posibilidad de acceder a su obra, que no sólo remece, sino que nos enseña a abrir mentes, a que podemos ir más allá, y a mirar un mismo objeto o sentimiento desde trescientos ángulos distintos.
Lo anterior es realmente necesario en un país donde tendemos a ser rígidos, grises y conservadores en las formas (por no decir fomes). Por eso, el verdadero premio para los chilenos es que la obra de Nicanor Parra sea enseñada en colegios, liceos y escuelas. En las universidades también y en letreros camineros; no sólo para “chasconearnos” un poco, sino que para gozar de una obra maciza y brillante, con un contenido arriesgado que asombra y que da cuenta de que “la poesía alcanza para todos”, como decía él. (El Líbero)
Rosario Moreno C., periodista y licenciada en Historia UC