Este domingo será la quinta votación desde el día en que todo partió. Habrán pasado 1.521 días desde la noche del 18 de octubre de 2019, aquella jornada de rumores, desórdenes y llamas en que siete estaciones del metro fueron incendiadas y 18 resultaron parcialmente quemadas.
Así comenzó todo, que no se nos olvide. Después vinieron marchas pacíficas (no siempre), legítimas demandas ciudadanas, barricadas y violencia, líderes que no eran lo que parecían, ataques al espacio público y al comercio en todo Chile. El impacto de esta convulsión tardará en ser analizado. Pero no cuesta mucho percibir que el principio de respeto a la autoridad resultó dañado, como experimentamos hoy en la convivencia cotidiana, en la educación y en la inseguridad ante la delincuencia, potenciada por indultos inexplicables.
La recuperación del espacio público será una de las tareas más difíciles. Como en el cuento “Casa tomada”, de Cortázar, nuestras ciudades fueron invadidas por la anomia y el vandalismo. La estética sombría de los rayados hoy reina en las ciudades de Chile y ha mostrado ser difícil de revertir. Y puede que pasen décadas hasta que se reconstruyan museos e iglesias incendiadas, si es que alguna vez ocurre.
Esta incomprensible violencia urbana fue azuzada por discursos incendiarios, emitidos por supuestos “defensores del Estado y de lo público”, y avivada por políticos y comunicadores irresponsables. “¿Cómo no vamos a quemarlo todo?”, dijo una diputada. Y la actual vocera de gobierno poco colaboró cuando calificó los rayados como una “forma legítima de expresión” antes de asumir el gobierno, tras ser pintarrajeado el edificio donde se reunía su equipo. Mientras, los académicos mudos y los expertos urbanos desviando la mirada.
Recorro por estos días los tristes alrededores del cerro Santa Lucía y de la Biblioteca Nacional. Surgen preguntas. ¿Se entenderá algún día que rayar las paredes no es lícito y debe ser castigado? ¿Volverán a abrir las ventanas y vitrinas tapiadas con madera o cubiertas de lata, tan poco hospitalarias para el caminante? ¿Retornarán las empresas y oficinas que migraron? ¿Se recuperarán los comerciantes arruinados? ¿Acabará esta estética inhóspita y amenazante?
Me consuelo observando el gran jacarandá en el costado de nuestra Biblioteca Nacional, con sus radiantes flores lila. Pero igual resuenan las palabras del filósofo Alejandro Vigo sobre el frágil cristal que es la civilización. “Suponemos, con liviandad, que hemos superado la barbarie para siempre. Pero un Estado de Derecho es un remedio frágil para tratar de resolver nuestras diferencias, sin que se solventen por vía de hecho. De esta ficción tenue vive nuestra civilización. Lo racional es estar en vela ante el optimismo naif que da por asegurado lo que se tiene y piensa que ya no necesita ser cautelado”.
Ante la gravedad de lo ocurrido en Chile, no podemos ser utópicos, frívolos o caprichosos. No lo olvidemos todo. Frente a la irracionalidad, el voto es nuestro refugio para defender la democracia y el imperio de la ley frente a quienes no creen en esos principios o los defienden solo cuando les conviene. (El Mercurio)
Elena Irarrázabal