Chile va a tener, por fin, una nueva Constitución. Treinta años después del final de la dictadura de Augusto Pinochet, la Constitución, legitimada democráticamente, será elaborada y respaldada por una amplia mayoría. Este es un éxito increíble de las masivas protestas de las últimas semanas y ese sería realmente un motivo de alegría. Sin embargo, basta con echar un vistazo a los detalles para que el júbilo se convierta en un dolor de cabeza.
Los chilenos votarán en abril si quieren una nueva Constitución y cómo debe estar compuesto el cuerpo de delegados que la redactará. ¡En abril! Eso es dentro de seis meses. Estos delegados serán elegidos en septiembre, y recién dentro de diez meses podrán empezar con su trabajo. El país ha estado en crisis durante semanas, porque una gran mayoría simplemente está harta de todo: la desigualdad, la falta de perspectivas y la falta de responsabilidad social del Estado, que están fijadas en la antigua Constitución. Evidentemente, la gente ya no tiene más paciencia. El llamado «Chile despertó» resuena por las calles, pero los políticos quieren seguir durmiendo.
Es difícil imaginar que una solución tan larga pacifique socialmente al país de inmediato y conduzca al fin de las manifestaciones masivas. El proceso de convocatoria a una asamblea se estaría prolongando hasta tal punto que da la impresión de que no es deseada por algunos partidos. De hecho, muchos diputados del Gobierno no ven necesaria una nueva Constitución, y muchos de la oposición desearían un procedimiento diferente. Pero aun más significativo es que se hayan puesto de acuerdo sobre un compromiso que supera las profundas divisiones políticas y que rompe un tabú de décadas.
Pero para que este compromiso sane las heridas infligidas a la sociedad chilena en las últimas semanas, debe ser implementado con mayor rapidez. Por supuesto, las decisiones políticas toman más tiempo en una democracia y, sobre todo, la redacción de la nueva Constitución será y debe ser un proceso largo. Pero el referéndum y la opción de elegir un nuevo cuerpo que se encargue de redactar la Constitución ya están decididos, sólo tienen que llevarse a cabo mucho antes.
Cada día que pasa, en el que las manifestaciones pacíficas terminan en enfrentamientos violentos con la Policía, divide más al país, daña la credibilidad en un cambio sin violencia de la situación y destruye la confianza en las instituciones democráticas, sin las cuales, en última instancia, no se puede crear ningún Estado. Al final, sin embargo, Chile necesita una amplia mayoría para una nueva Constitución. (DW)
Uta Thofern, redactora en jefe del departamento América Latina de DW.