Oportunidad sui iuris

Oportunidad sui iuris

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El filósofo británico Michael Oakeshott (1901-1990) popularizó la frase “el poder tiende a corromper”. La corrupción no ocurre solo en la política, ese oficio relacionado con el poder. Se da en todos los rincones de la sociedad. Incluso en la justicia y el derecho que la protege.

Ahora bien, si el poder corrompe, la cercanía al poder también lo hace. Es lo que hemos visto con el caso Hermosilla. Al escuchar esa famosa grabación, nos asombramos. Y al terminar de escucharla, quedamos estupefactos. ¿Cómo es posible que un abogado que juró desempeñar leal y honradamente la profesión diga lo que dijo? El solemne juramento ante la Corte Suprema se desmorona. Y la alicaída confianza en la justicia, se desploma. ¿Qué pensarán esos jóvenes abogados que ahora “juran o prometen lealtad y probidad” ante nuestra Corte Suprema?

La semana pasada, a partir de su nutrida lista de contactos, se conocieron nuevos mensajes que corroboran influencias indebidas. El servilismo del exdirector de la PDI, Sergio Muñoz, impresiona. Pareciera que el abogado Hermosilla irradia un halo de Karadima que logra someter a su acólito compartiendo “un picoteo con chardonnay sour” o “una once con churrasquito”. Su cercanía al poder sería la promesa del paraíso en la tierra. Y todo esto sin sotana, pero con traje y corbata; sin el secreto del confesor, pero bajo la confianza profesional; sin la Iglesia, pero con el oficio de abogado.

Por si fuera poco, intentó influir o influyó en la designación de jueces de la República. El daño es enorme. Las reacciones, no tanto. Lo más curioso en esta trama es que pocos abogados han levantado la voz con fuerza. Hay excepciones. Por ejemplo, el presidente del Colegio de Abogados, amarrado por la impotencia y estructura de ese gremio, habló de “un atentado a los deberes éticos que afecta a nuestra profesión y a la debida administración de justicia”. Por su parte, el ministro Luis Cordero resaltó la gravedad de los hechos. También adelantó lo más obvio: el celular de Hermosilla esconde una “caja de Pandora”.

Sabemos que la justicia es ciega. Pero la sociedad no lo es. El abogado Hermosilla intentará navegar y sortear los vericuetos de la ley para demostrar que es inocente hasta que se olvide o pruebe lo contrario. Afortunadamente el mercado es más ciego que la diosa justicia. En esa competencia por el prestigio y la reputación rigen otras leyes.

A este caso particular podemos sumar el excesivo celo o cuidado de los abogados para referirse a los fallos del juez Sergio Muñoz. Pocos se atreven a señalar al juez por su nombre y susurran “tercera sala”. Mientras tanto, quien hace ya tiempo se convirtiera en el Jean-Jacques Rousseau de la justicia, sigue despachando leyes y diseñando políticas públicas con su afilada pluma.

¿Existirá cierta endogamia, complicidad o temor disfrazado de excesiva prudencia en la profesión? Aunque las comparaciones suelen ser odiosas, la fría maximización de la utilidad forma a los economistas y la amable prudencia a los abogados (iuris prudentia). No obstante, en la tribu de los economistas casos como estos tendrían reacciones enérgicas. Aunque sería demasiado atrevido argumentar que los abogados en las aulas predican la probidad, mientras en los bufetes pecan, recuerdo que el economista Edward Leamer se quejaba de sus colegas que predican en la sala enseñando econometría, pero pecan en el sótano corriendo sus regresiones.

Ahora bien, como no hay mal que por bien no venga, quizá gracias a todo esto se abre una gran oportunidad para el derecho y la justicia. Existe la posibilidad de mejorar nuestra iuris-prudentia y cambiar el actual sistema de designaciones de jueces. Si hasta la Corte Suprema en su comunicado gatillado por el caso Hermosilla se abrió a esta iniciativa. En fin, la palabra la tienen los abogados. Ojalá se atrevan. (El Mercurio)

Leonidas Montes