Pocas veces la derecha ha enfrentado condiciones estructurales tan propicias para enfrentar el ciclo eleccionario parlamentario y presidencial venidero, con una posibilidad real de ser gobierno y, ¿por qué no?, alcanzar una inédita mayoría parlamentaria. Sin embargo, una vez más, la derecha parece empeñada en desatar esa endémica pulsión autodestructiva.
¿Cuáles son estos factores de oportunidad y las conductas tendientes al autosabotaje?
En primer lugar, está la existencia de una marcada ola de “oposicionismo” en la región y también en el mundo. A contar del año 2014, en América Latina 8 de cada 10 elecciones presidenciales han sido ganadas por la oposición, ya sean estas de izquierda o de derecha. Más que una lealtad ideológica o programática robusta con las respectivas candidaturas opositoras, el punto central de este patrón de conducta electoral es otro: el voto contra el Gobierno.
Por lo mismo, el desempeño del Gobierno saliente pasa a ser una segunda variable clave en el análisis. La prestigiosa consultora internacional de riesgo y entorno político Eurasia Group del politólogo Ian Bremmer ha estimado, en una investigación realizada en conjunto con Ipsos, que el nivel de aprobación presidencial del mandatario saliente a seis meses de la elección presidencial es una variable clave para determinar las chances de éxito o fracaso del candidato presidencial incumbente (en caso de que exista la posibilidad de reelección) o de un sucesor (un candidato distinto del incumbente pero de la misma agrupación política).
Recolectando datos de 240 elecciones a lo largo de 20 años, en países desarrollados y en vías de desarrollo, la conclusión es que, si a seis meses de la elección la aprobación presidencial es superior al 40 %, las chances de que la coalición de gobierno se mantenga en el poder con un candidato incumbente son de 58%, pero solo de un 6% en el caso de un candidato sucesor. Cuando las tasas de aprobación presidencial caen por debajo del 40%, las probabilidades de victoria para un incumbente disminuyen bajo el umbral del 36%, y para sus sucesores, por debajo del 5%
Con un 30% de aprobación, que es, en promedio, lo que posee Gabriel Boric, pese a no ser una mala cifra, las probabilidades, extrapolando este modelo, de que el actual oficialismo permanezca en el gobierno serían muy bajas.
Pero cuidado. El punto es que no estamos a seis meses de la elección, cuestión no menor, considerando el antecedente de que los presidentes en Chile tienden a mejorar significativamente sus niveles de aprobación presidencial en el último año. Sin ir más lejos, Sebastián Piñera en su último año de gobierno mejoró en 10 puntos porcentuales su nivel de adhesión.
Pese a las condiciones favorables, la oposición también debe poner de su parte para hacer que las cosas pasen. O al menos, minimizar la probabilidad de errores.
El problema es que hay al menos cuatro grupos opositores, cada uno con pretensiones presidenciales y al menos dos proyectos políticos distintos.
Un primer grupo es el denominado “centro democrático”, que agrupa a Demócratas y Amarillos y otros retazos de la ex Concertación que cruzaron el Rubicón a partir del plebiscito constitucional 2022, inclinándose por el Rechazo (Ximena Rincón). Un segundo grupo es Chile Vamos, que encarna el proyecto histórico de la centroderecha en el sentido de que posibilita la coexistencia de sensibilidades liberales, conservadoras y socialcristianas, con vocación de mayoría (Evelyn Matthei). Un tercer grupo es el Partido Republicano, que expresa a la vertiente más conservadora, popular y nacional de derecha (José Antonio Kast) y un nuevo grupo, aún menor, pero que gana terreno al conectar con una pulsión libertaria pero también soberanista (los hermanos Kaiser).
Estos cuatro grupos, a su vez, se alinean en torno a dos proyectos: quienes apuestan por ganar la batalla electoral, virando al centro, para recrear una especie de “Nueva Concertación”, como un grupo de la dirigencia de Chile Vamos ha planteado, y quienes creen que, con anterioridad a la batalla electoral, lo verdaderamente importante es la batalla cultural, incluso prescindiendo de lo electoral, si así fuera necesario. Este sería el camino que pareciera estar dibujando Republicanos y el nuevo polo libertario del sector.
La discusión previsional sobre el destino del 0,5% de incremento en la cotización con destino a un fondo de reparto sinceró la balcanización del campo político opositor. La amenaza de incumplir la promesa de #ConMiPlataNo, que ha sido una causa de primer orden para el sector, desnudó una fisura. Porque, además, es uno de los pocos temas en que se alinean los principios de la derecha con una amplia mayoría ciudadana: las encuestas son claras al señalar que más del 70% de los chilenos prefiere que el destino del 6% sean las cuentas individuales de los trabajadores.
Los dirigentes de Chile Vamos, quienes no necesariamente representan a la totalidad de sus respectivas bancadas, como ha quedado meridianamente claro durante estos días, conscientes de aquello, sinceraron los términos de acuerdo.
Republicanos, aprovechando la oportunidad de romper la inercia de una candidatura que mostraba algunos signos de letargo, tomó la bandera de la defensa granítica de la capitalización individual, acusando a mansalva falta de convicciones a Chile Vamos, sin distinguir entre los líderes que impulsan el acuerdo y todo el resto de los miembros de esa colectividad. A su vez, algunas voces de Chile Vamos acusaron a los republicanos de no querer mejorar las pensiones de las mujeres, dejando entrever que tendrían un problema con ellas, reproduciendo el argumento de la izquierda para la segunda vuelta presidencial de 2021 entre Boric y Kast.
El Gobierno, con habilidad, agudizó una contradicción al interior de la derecha, mediante el anuncio de Marcel de que el controversial acuerdo estaría muy cerca de alcanzarse, a tan solo horas de la desafortunada declaración de Guillermo Ramírez sobre el “reparto del 0,5%”. Con esto, obviamente que el Gobierno dinamitó la posibilidad de un acuerdo, pero amplificó el daño por impacto en la oposición de cada una de las esquirlas que ha dejado este pugilato previsional.
La oposición ha de tomar un camino. Porque lo único claro es que la indefinición es un mal presagio para una carrera que aún no se inicia, pero que, con este nivel de autosabotaje, perfectamente podría conducir hacia ninguna parte. (Ex Ante)
Jorge Ramírez