Una de las ventajas de hablar sobre los efectos comunicacionales de algo -una declaración política, una imagen en la televisión- es que cualquiera puede hacerlo sin necesidad de recurrir a un análisis que signifique leer un texto, como un fallo de una corte, o instruirse en una materia específica, como el funcionamiento del derecho internacional. El ancho mundo de las comunicaciones es, en ese sentido, democrático y abierto a la especulación: no exige recurrir a bibliografía alguna y limita por varios costados con intereses mezquinos, sobre todo si hay una ventaja política en juego. El fallo de la Corte de La Haya demostró que muy pocos políticos se privarían de dar una opinión automática sobre lo sucedido, escudándose en la torpeza de reconocerse ignorantes en la materia. ¿Qué tan diferente puede ser una corte internacional de un juzgado de policía local? ¿Que hablen en francés? ¿Qué usen toga? Lo “comunicacional” aparece entonces como una muletilla o un salvavidas al que aferrarse, sobre todo si sirve para comentar sobre decisiones tomadas por extranjeros, habitantes de un mundo confuso en donde las cosas no suelen hacerse como en Chile. Un hecho en el que parecen no reparar muchos de nuestros políticos.
Partamos por algo esencial: aquellos miles de millones de personas -entre los que se cuentan los jueces de La Haya- que habitan más allá de nuestras fronteras no fueron educados en nuestro país. Desconocen códigos esenciales, como la gallardía de nuestro Ejército, la hospitalidad de nuestro pueblo y la belleza de un repujado de cobre. Lo que ven son mapas, tratados y declaraciones. En un mapa de 1860, Bolivia tenía territorio con acceso al mar, en el otro de 1904 ya no. Lo que importa es todo lo que ha pasado relativo a ese cambio y sus consecuencias: los tratados, las firmas, negociaciones y las interpretaciones que provocaron.
Las giras del Presidente Morales saludando a los mandatarios europeos evidentemente generan un efecto: es un líder indígena carismático, que busca la simpatía de los poderosos gobernantes de naciones poderosas. El europaternalismo culposo blanco hará el resto, con declaraciones como la de Angela Merkel o François Hollande llamando al diálogo. Ese sí es un triunfo de la diplomacia boliviana y una desprolijidad de la nuestra. El desafío es buscar una respuesta a la altura.Mostrar algo que pueda resultar interesante internacionalmente y no sólo para el noticiero local. Porque los mensajes que son celebrados en el restringido ámbito de las comidas y reuniones de camaradería santiaguinas puede que no se vean del mismo modo del otro lado del Atlántico. No vaya a ser cosa que en un par de años nos enfrentemos a un revés en La Haya, un fallo adverso que en lugar de explicarlo por razones jurídicas se le achaque a un nuevo error comunicacional y alguien concluya que, después de todo, no fue buena idea designar como agente frente a la demanda boliviana a un político que encabezó un organismo internacional conocido mundialmente por su irrelevancia y que apareció ninguneado por la propia Hillary Clinton en documentos confidenciales. Alguien que, además, es apodado con el nombre de un tanque utilizado por el Ejército nazi. ¿Cómo explicarle a Hollande o Merkel que en Chile es un halago que a alguien le digan “Pánzer”? Por suerte, nosotros sabemos que sí lo es y que en el próximo fallo todos quedaremos satisfechos.