A horas de votarse la acusación constitucional a la ministra Cubillos, participé en un evento empresarial centrado en innovación y cambio. Ejecutivos de cada empresa participante relataron sus avances en innovación, productividad, sostenibilidad; y hubo expositores extranjeros. Una de ellos, australiana, presidente ejecutiva del centro de colaboración e innovación de una gran empresa global, centró su exposición en el llamado a comprender a los “millennials”; qué defienden y rechazan de la actual situación del mundo; dónde y cómo prefieren trabajar y por qué; cuáles son los tipos de liderazgos que valoran y respetan; por qué ven en la multiplicidad de “stakeholders” (actores de la comunidad de alguna manera involucrados o interesados en la actividad de su empresa) una oportunidad de mejorar su empresa y el planeta, etc. Otro, especialista en Inteligencia Artificial e Ingeniería Bioinformática nos habló, entre otras cosas, de 17 metas ineludibles en desarrollo sustentable de toda empresa y de cómo las transformaciones “disruptivas” (que dejan obsoleto todo lo anterior) comienzan a primar sobre las transformaciones “innovadoras” (hacer mejor lo que ahora se hace), propio de incumbentes que antes prevalecían.
Hablaron más de cómo cambiar el mundo que de tecnología; sobre el futuro; sobre el ser de la sociedad y deber ser del actuar de las empresas para vivirla y ser protagonistas de su vertiginosa e impredecible marcha. O sea, de lo que antes se ocupaba la política.
En esas horas, el parlamento entendía que hacer política en el mundo cambiante de hoy era… acusar constitucionalmente a una ministra. Por sus argumentos, antes, durante y después de la acusación, sus protagonistas nos presentaron una “política” absorta en sí misma, con vista clavada en escaramuzas de hoy y en futuros eventos electorales. Solo importaba la batalla campal oposición-gobierno; o la ficción de unir una oposición que hace rato son varias.
Me pregunté si una política ajena a las revoluciones que remecen el mundo era apta para resolver los asuntos de la “polis”; de la sociedad en su conjunto. Esta se hace más global, menos nacional; más autogestionada y menos jerárquica; más dominada por sus redes sociales que por un curul; por el conocimiento y el trabajo como creadores de valor por sobre el capital; con países que van dejando atrás la pobreza y, por ende, la dádiva estatal como clave de sobrevivencia.
La sociedad y las empresas como parte de ella se ven compelidas a hacer cada vez más suya la vida humana como un todo. La gran olvidada por estado y mercado, la sociedad, se encarga crecientemente de sí misma. En un tránsito inverso, la política se privatiza, se ensimisma en los intereses de quienes viven a tiempo completo en ella.
Quizás también en política, la sociedad comienza a imponer lo “disruptivo” por sobre el movimiento de los incumbentes. (La Tercera)
Oscar Guillermo Garretón