En un acertado diagnóstico, el Presidente reconoció la importancia que tuvo la derrota del 4-S para su gobierno y sector, y la atribuyó a que no supieron leer a la ciudadanía.
Si un texto constitucional no es capaz de interpretar fielmente a la ciudadanía, será un mal texto, por admirable que resulte desde cualquier otro punto de vista. No puede ser buena una Constitución que no goza de aceptación y prestigio. Por lo demás, quienes redacten el texto no escribirán sino una propuesta. Si ella no lee bien a la ciudadanía, el plebiscito de salida llevará a un nuevo rechazo.
Si para tener una nueva Constitución (aprobada) resulta indispensable leer a la ciudadanía, y este mismo requisito es el primero y básico para tener una buena Constitución (que dure), entonces todo el proceso de elaboración —quien la hace, en qué plazo, cómo se organiza, etc.— debiera estar guiado por ese mismo norte esencial: lograr que la convención que se diseñe lea bien a la ciudadanía.
Escribo mientras se negocia el acuerdo; pero como este no ha cristalizado en varias oportunidades, y además es posible que queden cuestiones pendientes, me animo a reflexionar sobre el mecanismo, teniendo presente que su fin primordial es que el texto que se proponga “lea a la ciudadanía”. La necesidad de una elección: La elección de los convencionales es importante, porque el mecanismo electoral hace probable que las personas electas sean más capaces que otras de leer a la ciudadanía. Mal que mal, resultarían escogidas, luego de una campaña, precisamente por aquellos a quienes deben leer. Pero esa no es la única razón. Una campaña electoral de convencionales, si es bien llevada, debiera producir algún debate acerca de la Constitución que queremos y necesitamos. Por ahora, solo hemos discutido intensamente un proyecto en particular; el de una cierta izquierda. Fracasado aquel, no ha existido un debate público vigoroso acerca de la alternativa.
¿Qué tipo de elección? Para que el proceso electoral se encamine a elegir a aquellos que mejor sepan leer la Constitución que quiere la ciudadanía, resultaría indispensable que la campaña verse sobre el texto constitucional y no acerca de las necesidades locales de este o aquel territorio. El ideal sería entonces que las listas fueran nacionales. Ese sistema garantiza, además, una representación perfecta de la ciudadanía. Sin embargo, la derecha, que tiene mejor votación en varias regiones y peor en la tres más populosas, se opone a una sola elección nacional. El argumento de la debida representación de las regiones es particularmente débil cuando se trata de proponer un solo texto constitucional para Chile. En este caso, una elección regional, al modo del Senado, adecuada para este, conlleva una injustificada sobrerrepresentación de los votantes de ciertas regiones. Los expertos: No existen expertos en leer a la ciudadanía. A lo más, los estadistas podrían reclamar esa cualidad. Tampoco los expertos pueden decir cuál es la Constitución que más se adecua a Chile y sus circunstancias. Por cierto, los expertos tienen mucho que aconsejar e ilustrar, pero no veo que puedan exhibir título alguno de intérpretes ciudadanos. El plazo: Hasta dónde entiendo, las últimas tratativas conducirían a otorgar a la nueva convención un plazo de entre 3 y 5 meses. A matacaballo se puede escribir una Constitución en ese tiempo. Es muy improbable que se escriba una buena; y, sobre todo, es muy improbable que en ese tiempo pueda escribirse una que interprete a la ciudadanía. Primero, porque una de las decisiones más importantes del proceso es el de la organización del trabajo, y eso debe ser bien pensado y madurado. En segundo lugar, porque para que la nueva convención sea capaz de leer a la ciudadanía es indispensable que pueda ponerle oído. La anterior convención no lo hizo, se encerró en sí misma y, en los momentos clave, trabajó sábado y domingo, día y noche. Así no es posible escuchar a la ciudadanía. Un buen proceso constituyente solo puede ocurrir con una convención porosa y un debate público vigoroso acerca de lo que está discutiéndose en ella.
No puedo saber lo que los partidos resolverán unas horas después de entregar estas líneas. Con todo, y a juzgar por cómo ha ido hasta ahora el proceso, me parece que se ha orientado más por la calculadora que por buscar el mecanismo que mejor garantice que la próxima convención pueda sortear los defectos de la anterior y efectivamente logre leer a la ciudadanía. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil