Parece broma, pero ya no sorprende. Nuevamente el profesor Peña, a propósito ahora de una mención a todas luces coloquial al «nominalismo» por parte del cardenal Ezzati, se instala en la cátedra, escala una argumentación sobre los conceptos universales, enhebra razones para decir que la Iglesia se desentiende de los individuos y sienta una vez más al gran canciller de la UC en el banco de los examinandos para tratarlo, con el respeto acostumbrado, de alumno que incurre en «delicada vulgaridad». No es la primera vez, y adivinamos que no será la última.
El problema en cuestión está obviamente mucho más allá de estos juegos conceptuales, y Carlos Peña debería saberlo. O lo sabe, pero prefiere ignorarlo en beneficio de la sofística y la ideología.
¿Cuál es el fondo del pensamiento del gran canciller y arzobispo? Seguramente no tendría espacio, ni suficiente clima de escucha, para exponerlo en una respuesta de pasillo a periodistas que lo inquieren al término de una ceremonia académica. Pero es fácil averiguarlo.
Cuando el Papa Francisco visitó Cracovia en 2016, hablando a los obispos polacos se extendió acerca de la ideología de género, calificándola de verdadera «colonización ideológica», fuerte e internacionalmente financiada por grupos interesados, lo que es evidente, y él en esa ocasión lo denunció. Muy concretamente, por sus efectos en la educación de menores, a quienes enseñan en la escuela que cada uno puede elegir su sexo, apuntó. ¿Cómo ver esto en su verdadero fondo? Les cuenta entonces el Papa a los prelados polacos que acudió a conversar de esta preocupación con ese anciano sabio cuya casa está unos metros más arriba que la suya en la colina vaticana, Benedicto XVI.
¿Y qué respondió este sabio a Francisco, según él mismo lo cuenta en esa oportunidad? «Santidad, esta es la época del pecado contra Dios creador».
Está visto que la tolerancia de don Carlos no da el ancho para tolerar la ley natural, y que solo cabe a ella tolerar la intolerancia con el Creador del cosmos y de ese microcosmos admirable que es él mismo, los cuales podrían a su parecer hacerse y rehacerse autónomamente cuantas veces lo tolere la ciencia y la técnica. Ni tampoco para tolerar el mismo parecer de Benedicto, expresado como respuesta periodística en forma rápida por don Ricardo.
Debe cuidarse Carlos Peña de ir tan apresurado y deslizar esa «delicada vulgaridad» intelectual que injustamente imputa a su acusado. Pues, además de lo anterior, nos preguntamos: ¿a qué viene ese colofón evangélico según el cual la ley es para el hombre y no el hombre para la ley? Hacer exégesis bíblica exige saber. Son las palabras del «dueño del sábado» (Mc 2, 27-28), Jesucristo -quien dijo que no venía a borrar ni una tilde de la ley-, las que aquí torcidamente está usando, en una transliteración del «sábado» creado por los fariseos. Cosas obviamente muy distintas y contrapuestas. (El Mercurio Cartas)
Jaime Antúnez Aldunate