Los musulmanes peregrinan a La Meca; los católicos a Santiago de Compostela, Lourdes o Roma; los budistas al noroeste de la India y a Nepal. Y los marxistas latinoamericanos peregrinan a La Habana. No hay otra explicación para la “visita de Estado” de Michelle Bachelet a Cuba esta semana.
En un principio se trató de presentarla como una gira que tenía fines comerciales. El ministro de Economía se enteró por la prensa, aunque claro, después tuvo que acompañar a su jefa a la isla. El intercambio comercial chileno con Cuba es paupérrimo, como lo es la propia economía cubana, y además ha decrecido significativamente en los últimos años, según ya lo hizo ver El Líbero. Las inversiones de Chile en Cuba suman apenas 50 millones de dólares. A la visita no concurrieron empresarios —Roberto Fantuzzi es dirigente de un gremio, pero no empresario— y, por último, no se firmó acuerdo comercial alguno, ni siquiera un protocolo de cooperación comercial. Hubo un “seminario” en el que participó el ministro de Economía. De visita comercial, poco.
A mediados de semana se intentó vestir la visita como una en el área de la salud, para lo cual se invitó a última hora a algunas personas, incluyendo a ex autoridades del gobierno de Bachelet. Rechazaron la invitación. La única actividad en ese ámbito fue firmar un convenio de colaboración entre el Hospital Exequiel González Cortés de Chile y el Hospital Pediátrico Docente de Centro Habana. De visita en el ámbito de la salud, poco.
La actividad más visible fue una reunión de la Presidenta con la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con quienes el gobierno de Chile firmó un protocolo. Esa agrupación sigue el modelo soviético de organismos leales al régimen en el ámbito de la cultura, y tiene entre sus objetivos “rechazar y combatir toda actividad contraria a los principios de la Revolución”.
La Presidenta almorzó con su hija, hizo una visita al Círculo infantil Chile Lindo en la Habana, visitó la escuela pedagógica Salvador Allende, rindió homenaje a José Martí y se reunió por 30 minutos con Raúl Castro, luego de lo cual asistió a una recepción ofrecida en su honor.
Varios parlamentarios chilenos de distintos colores políticos, incluyendo entre ellos al senador Alejandro Guillier, le pidieron a la Mandataria que se juntara con disidentes cubanos. La Presidencia no se dignó siquiera a contestar y en una intervención en La Habana afirmó que la defensa de los derechos humanos era parte de la política de su gobierno.
¿A qué fue entonces Bachelet a Cuba? A presentar sus respetos al Comandante Raúl Castro, quien junto a su hermano Fidel han gobernado ese país a sangre y fuego durante 59 años, condenando a generaciones a vivir en la miseria. Como muchos socialistas latinoamericanos de los años sesenta y los setenta, Michelle Bachelet bebió del discurso de la Revolución Cubana. Ya en una visita anterior a la isla corrió apresuradamente en medio de una actividad oficial a rendir honores a Fidel Castro, que se dignaba a recibirla. Un par de días después, el castrismo manifestó públicamente su apoyo a la salida al mar para Bolivia.
La inconsecuencia de Bachelet impresiona. Se presenta a sí misma como defensora de los derechos humanos y va a rendir pleitesía a quienes han sojuzgado al pueblo cubano por casi 60 años. Para ello, no duda en presentar como visita de Estado algo que ha sido un capricho político y una vuelta a la época en que la izquierda latinoamericana se rendía a los pies de la Revolución Cubana. Quizás el símbolo que está detrás de este viaje es el fin de un sueño compartido.
No hay beneficio alguno para Chile en esta visita de Estado. Quizás el único que podría haberse avizorado, un ex Presidente así lo insinúo, era que el gobierno de Cuba pudiera interceder ante el régimen de Venezuela para dar una salida política y humanitaria al drama que vive este último país. Pero nada de ello se ha sabido y no se ve voluntad alguna de La Habana por colaborar con esa causa.
Esta regresión al autoritarismo de la Presidenta puede haber sido alimentada por la severa derrota que sufrió su gobierno en las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales. El pueblo de Chile ha dicho no al proyecto de Bachelet y ella ha reaccionado con despecho. (El Líbero)
Luis Larraín