Pirotecnia mixta-Jorge Acosta

Pirotecnia mixta-Jorge Acosta

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Lo esencial es invisible a los ojos. Así le decía el zorro al principito en el recordado texto de Antoine de Saint-Exupéry. Y a veces en política pareciera que es todo lo contrario.

Algunos han hecho de la pirotecnia la proporción áurea a la hora de promover políticas públicas, y sus iniciativas han descansado en promover ideas que lucen pompa y boato antes que sustancia que se haga cargo del fondo del asunto. Uno de los más recientes ejemplos de dichas descarriadas empresas que lucen hiper atractivas, pero que luego de hurgar un poco palidecen en sus fundamentos, es la moción de transformar al Instituto Nacional en un liceo mixto. Este más que centenario establecimiento, que nace casi junto con la República, se ha visto enfrentado a una noticiosa encrucijada que deberá resolver a fines de este mes: la comunidad educativa completa (más de 8.000 personas, entre alumnos, apoderados, docentes, administrativos y funcionarios) deberán manifestar si están a favor o en contra de transformar al colegio en una institución que eduque a hombres y mujeres.

La oportunidad de la discusión, sin lugar a dudas, ha sido levantada con especial ímpetu luego de la masiva marcha feminista del 8 de marzo, donde se ha exigido -entre otras cosas- la justa reivindicación de la mujer en la sociedad. Es cierto que a esta causa matriz se le intentó adosar una serie de otros petitorios, más bien partidistas, lo que a ratos hacía parecer instrumentalizada la movilización. No obstante el esfuerzo de apropiación indebida de la iniciativa, no se logró opacar el fondo de la cruzada, que la transformó en transversal: exigir no más discriminaciones arbitrarias contra las mujeres. Es en este contexto, que sin duda parece razonable terminar con una diferencia arbitraria, basada simplemente en la tradición y que no se ajusta a la realidad de los tiempos que corren, como dirían algunos.

Hasta ahí, el discurso es perfecto y en su momento muchos salieron rápidamente a aplaudirlo e incluso subirse fervorosamente al carro que avanzaba raudo y a paso firme. Pero como es habitual en las discusiones públicas, somos testigos de una mezcolanza de temas y argumentos que impiden ver el bosque en su conjunto, por la obsesión de los narradores con las hojas que agitan e iluminan con entusiasmo. Si se separa la paja del trigo, dejando de encandilarse con los fuegos artificiales, es posible evaluar el problema esencial.

Todos los niños y jóvenes, sean hombres o mujeres, ricos o pobres, de la región Metropolitana o de otras regiones, tienen pleno derecho a una educación de calidad. Plantear que dicha educación sólo se da en colegios de hombres es no reconocer -e incluso minusvalorar, con la crítica feminista que aquello debiera conllevar- el tremendo aporte que realizan liceos de excelencia femeninos como el Carmela Carvajal de Providencia o el Liceo N°1 de Santiago.

Plantear que las mujeres sólo podrán acceder a colegios de alta exigencia si los monogenéricos masculinos se transforman en mixtos es abiertamente sexista y despreciativo del tremendo aporte que han realizado dichos establecimientos a lo largo de la historia de Chile. Han egresado de estos liceos de niñas destacadas mujeres con perfil público como Michelle Bachelet, Soledad Alvear o Gloria de la Fuente, solo por nombrar algunas contemporáneas.

Sobre el mismo punto, si en verdad lo esencial es mejorar la calidad, lo que se debiese promover es mejorar los procesos educativos y el rendimiento de los alumnos, junto con directivos, profesores, familias y estudiantes comprometidos con su futuro, entregando más recursos y mejores oportunidades a cada integrante de la comunidad escolar. En suma, en caso de prosperar la idea de hacer solo colegios mixtos, podríamos observar que será invertida una cantidad importante de recursos cambiando baños y adaptado camarines, pero a la hora del análisis más detenido se constatará que no se habrá avanzado ni un ápice en mejoramiento de la calidad.

La crisis del Instituto Nacional y la mayoría de los colegios emblemáticos, entre ellos los exclusivos para mujeres, no pasa por la pirotecnia de tener liceos mixtos. Tener alumnos y alumnas en la sala no resuelve la baja en el Simce, en la PSU, en la matrícula o la pérdida de respeto hacia los docentes. Lo que necesita con urgencia nuestra educación pública es que todos los recursos (incluidos los mediáticos) se concentren en recuperar su espíritu fundacional: transformarse en un verdadero vehículo de movilidad social. Es de esperar que más pronto que tarde nuestras autoridades se vuelquen al origen, a lo valioso de la tradición, no solo aquella que dice que el Nacional es de hombres, sino esa que reza, sin importar de donde se provenga, que “el trabajo todo lo vence”. (El Líbero)

Jorge Acosta

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