La derrota de la selección chilena ante Uruguay fue un duro golpe a las expectativas de todos los aficionados a La Roja. Para los que somos más viejos fue como la aparición de un fantasma que creíamos haber dejado en el pasado, lo que no sólo nos recordó tantos sinsabores y frustraciones, sino que también valorizó la importancia del trabajo serio y la disciplina, por sobre el talento y la genialidad.
Y aunque resulta caprichoso sacar conclusiones por este primer mal resultado, es ineludible ligar ese evento a otro que ocurría esa misma noche. Después de varias especulaciones e intentos por negar lo que estaba ocurriendo, el presidente de la ANFP dejaba el país escoltado por agentes del FBI, después de haber logrado un convenio para confesar su participación y la de sus secuaces en los gravísimos casos de corrupción que han involucrado a esta actividad.
Sería fácil singularizar esta cuestión en Sergio Jadue, como si su escarmiento personal resolviera este problema y, del mismo modo, satisfaciera el objetivo que persigue la acción de la justicia. Por de pronto, y aunque a ratos se nos olvide, su llegada a la máxima dirigencia del fútbol fue la consecuencia de las contundentes acusaciones que enfrentó su antecesor, Jorge Segovia, otro delincuente que literalmente se fugó del país para evitar asumir las consecuencias de sus actos. Sin embargo, ambos eran sólo personajes menores y laterales de una teleserie que se inició con la derrota de Harold Mayne-Nicholls y la posterior salida de Marcelo Bielsa. Tal como lo dijo el rosarino en su última conferencia de prensa, “con el tiempo el fútbol chileno no le va a perdonar a los actuales concesionarios de los clubes Colo Colo, Universidad Católica y Universidad de Chile, las consecuencias de este escenario que han creado, más aún teniendo en cuenta los motivos por el que lo hicieron”.
En efecto, y como recientemente señaló el ministro del Interior, hubo aquí una coordinación de intereses espurios, los que no sólo alcanzaban dimensiones económicas y políticas, sino que, en lo profundo resguardaban un arreglo que se vio amenazado por una gestión exitosa que promovía un profundo cambio en las bases y reglas de este negocio. Ese nuevo estilo también afectaba al mundo de los periodistas deportivos, algunos de los cuales vieron peligrar sus favores y granjerías. Muchos de los que hoy rasgan vestiduras por lo que está ocurriendo, y que con un tono enérgico pontifican sobre esta vergüenza, celebraron con entusiasmo la llegada de Claudio Borghi; el “Bichi”, como familiarmente lo referían en sus relatos y comentarios. Dicho proceso, más bien aquella tragedia, sólo fue interrumpida con la llegada de Jorge Sampaoli, un entrenador que, parafraseando a Mozart, abogaba porque la inspiración te sorprenda trabajando.
Él y los jugadores, junto a una devota e incondicional hinchada, son los únicos responsables de estos triunfos, que tantas alegrías nos han dado. Y todo ello, a pesar de las vulgaridades y miserias del así llamado planeta fútbol.