Política y doctorados

Política y doctorados

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En los últimos años hemos visto proliferar en el ejercicio de la política personeros que lucen orgullosamente en sus curriculums ya sea master (magister) o doctorados. Lo anterior no es extraño debido a las oportunidades de estudio que han tenido las nuevas generaciones en los últimos 30 años y las variadas ofertas académicas que se ofrecen en programas a distancia (e-learning) tanto en universidades estatales o privadas.

Estos títulos propios de la academia, paulatinamente fueron derivando desde una necesidad universitaria hacia una tentación de lucirlos en otras áreas, propias de una sociedad donde la competencia y el éxito son la tónica.

Para ejercer la política no se requiere necesariamente tener un doctorado, ya que el enfoque de éstos es fundamentalmente para la docencia e investigación académica. Obviamente, un grado académico de doctor “bien llevado” puede tener un efecto multiplicador para la gestión política. Distinto es el caso del grado de master o magister que debe tener una orientación más ejecutiva y, por ende, ser más útil para el ejercicio público.

Todo lo descrito no es extraño y tiene explicación. Pierre Bourdieu (1930-2002) notable sociólogo francés tuvo la claridad de exponerlo en sus obras “La Distinción” y “Homo Academicus” entre 1979 y 1984. Bordieu nos señala que en las prácticas de una sociedad se distinguen y utilizan tres grandes ejes. El primero, son los “Hábitos” que orientan la práctica social, luego el “Espacio social” que es el escenario donde se plasman los procesos de competencia y, finalmente, el “Capital” que son los recursos que permiten afrontar la competencia y desafíos en la sociedad.

El sociólogo francés divide el capital en económico (patrimonio), social (relaciones sociales) y cultural (diplomas y títulos). Este último aspecto es el que sirve de motor para incentivar a las nuevas generaciones a obtener diplomas y títulos, a veces en un afán por acumularlos para adornar biografías que requieren ser competitivas en el mercado.  Algunos, afirmaran que esto es resultado de un neo-liberalismo que llega a límites intolerables.

Antaño, el doctorado era una opción que se tomaba para ejercer posteriormente en la academia y, lo óptimo, era salir del país para concurrir a otro de mayor tradición académica, donde encontrar a los intelectuales generadores de las ideas que se estudiaban en el país de origen. Por supuesto que, en este punto, entra la evaluación de la calidad de la universidad a donde se concurrirá, programas y profesores.

En consecuencia, el titulo de doctorado no es un diploma para colgar en la muralla, es un proceso de consolidación intelectual en una determinada área del conocimiento que no termina nunca.

Lo anómalo es que lo planteado por Bourdieu respecto a la necesidad de competir en el espacio social, ha provocado que los doctorados sean esgrimidos, por algunos, como un patrimonio para reforzar prestigios sociales y políticos, más que traducirlo en docencia, investigaciones y publicaciones cuyos resultados retroalimenten a la disciplina.

Desaprobación aparte merecen quienes han usufructuado de becas para hacer doctorado en el extranjero, muchas veces postergando a otro postulante, sin hacer sus tesis, usando de por vida el clásico subterfugio de Doctor (c) que no tiene ningún valor, puesto que el doctorado en ciencias sociales se valora en la investigación.

Lo lamentable es que este perseguir doctorados incesantemente y a cualquier costo ha llevado a violentar seriamente la ética académica. No hace mucho, observábamos en la red que un “emprendimiento” ofrecía elaborar tesis con la más absoluta discreción, calidad y seguridad de que no habría riesgos de plagios. Sin duda que, quienes estén detrás de ese “emprendimiento”, no son dignos representantes de la esencia y significado de sus títulos.

La pregunta que cabe es como se podría poner, en alguna medida, las cosas en su lugar. No hay duda de que las universidades lo exigen por su propia naturaleza, pero de lo que se trata es que los currículos públicos de quienes vayan a actuar en política sean más precisos. Estos, debieran tener a lo menos el título de la tesis, profesor que la dirigió, nota obtenida y mención final. No es lo mismo, obtener un doctorado con solo “aprobado” que “cum laude”, “magna cum laude” o “summa cum laude” o los nombres equivalentes según el país.

El ejercicio de la política exige total transparencia y el hecho de colocar en la biografía, un título académico desprovisto de sus detalles más significativos pudiera estar ocultando una baja calidad en su obtención y, quizás más bien, un cierto “arribismo” intelectual.

Un grado académico no hará un buen político, lo hará la posesión de las virtudes políticas tales como sabiduría, sensatez, honradez y honestidad para identificar los intereses de sus votantes y representarlos siempre pensando en el bien del país. (Red NP)

Jaime García Covarrubias