Los ingleses decían que la batalla de Waterloo se ganó en los patios de Eton. Con esto significaban que su formación, cohesión y valores personales habían sido inculcados en el colegio mucho antes que fueran necesarios en la batalla.
El año 2005, un par de diputados acusaron a las Isapres de colusión. Estas se defendieron y ganaron. Ese juicio mereció una nota a pie de página en la prensa de la época. Hoy en cambio, un informe de la FNE, donde apenas sugiere formas de mejorar la competitividad de la industria del gas, crea un escándalo político y mediático que los trata como delincuentes.
Esto es consecuencia de la derrota ideológica que sufrimos los partidarios de una sociedad libre. Cuando el año 90 se desmoronó el comunismo, todos pensamos que la democracia y el capitalismo habían finalmente demostrado su superioridad moral, valórica y económica. Era tan abrumador el fracaso del socialismo estatista que solo un político o un fanático podían ignorarlo y por eso nos callamos y nos dedicamos a trabajar. Pero esto fue un error, las ideas nunca se defienden solas.
La izquierda en cambio se reorganizó, se radicalizó, se tomó los medios de comunicación, la educación y el Estado, y a partir del año 2010 empezó con un discurso antiempresarial. Su primera bandera fue terminar con el lucro en educación. Satanizó una actividad noble, como ganarse la vida educando al prójimo. La evidencia mostraba que lucro y calidad no tenían correlación ni causalidad alguna. Había colegios buenos, malos y más o menos, con o sin fines del lucro. Lo que estaba claro era que la educación subvencionada tenía mejores resultados. Pero ni la derecha defendió la libertad ni el empresariado defendió a sus pares educadores (muchos profesores de clase media). Los argumentos en contra del lucro eran infantiles y sin evidencia, v.gr.: que las entidades sin fines de lucro invertirían más (una afirmación falsa que la evidencia no avala); que no se puede destinar platas públicas al lucro privado, ¿qué estupidez es esa? Todos los días el Estado contrata con los privados (las vacunas que nos han salvado la vida vienen de laboratorios privados que lucran y por eso invierten). En educación se sacrificó a los niños en el altar de la igualdad cometiendo la inmoralidad de usarlos como medios para lograr fines políticos. Se prohibió el copago que impide a los padres invertir en la educación de sus hijos. En fin, la lista es larga. Y muy pocos alzaron la voz.
Hoy una nueva generación ha tomado el poder. Es la hija de esa batalla ideológica que estamos perdiendo y que invade todas las áreas del quehacer humano, desde la biología (los sexos ya no existen) hasta el lenguaje (tod@s) y donde muchos prefieren venerar la chamanería que estudiar ciencia o indultar criminales antes que meterlos presos. Para esta generación -formada en las barricadas más que en las bibliotecas- es más importante lo que sientes que lo que piensas, y lo que crees que lo que sabes. Por eso no es raro que sea prejuiciosa, se ofenda fácilmente y desprecie toda evidencia que contradiga sus prejuicios.
Elegimos a Piñera pero nunca ganamos el poder. Si en los 90 se decía que ganaba la izquierda pero gobernaba con ideas de derecha hoy es al revés. La izquierda controlaba el relato, la prensa y el Estado. Nuestro Waterloo fue la elección de la Convención. Ahí quedó sobrerrepresentada la peor versión de la estulticia ideológica que se empezó a construir hace rato (y no precisamente en Eton), mientras una generación que se va, guardaba silencio y trabajaba.
El desafío es volver a participar en la batalla de las ideas alzando la voz e invirtiendo esfuerzo, tiempo y dinero. Esta batalla es larga y perpetua. Se da en nuestras casas, en los colegios y en la prensa. Si no participa es su derecho, pero después no se queje que una generación llena de prejuicios y adoradora de ídolos de barro despilfarre un país, que no es perfecto, pero que es infinitamente mejor que la alternativa que algunos quieren imponer. (El Mercurio)
Gerardo Varela