Nuestro vecino trasandino es un caso notable, singular y probablemente irrepetible; un misterio de la ciencia política, la sociología y la historia, resumen de todas las contradicciones, tratado extenso de las frustraciones colectivas y cumbre de los éxitos individuales. Sí, porque Argentina es la patria de Borges, Cortázar, Gardel, Maradona, de la camiseta albiceleste y de Fangio. Pero también es el país del peronismo, de los piqueteros, del fraude convertido en mito a través del Che Guevara, del Kirchnerismo, de la corrupción institucionalizada y del default.
Este domingo los argentinos fueron a las urnas y parece que por primera vez en muchos años existe la posibilidad que el peronismo, en su contemporánea versión Kirchnerista, sea forzado a una segunda vuelta, en la que el oficialista Scioli deba medirse con el retador Macri. Pero es incierto, como en el tango, parece que el futuro de Argentina se definirá “por una cabeza”.
Por qué uno de los países más ricos del planeta, con un pueblo culto y genéticamente abierto al mundo (en Argentina se dice que los mejicanos descienden de los mayas, los peruanos de los incas y los argentinos de los barcos) no ha podido alcanzar el desarrollo, es una pregunta que tiene una respuesta bastante clara: Juan Domingo Perón.
Sí, porque Perón, en un momento estelar de la vida de su país, instauró como cultura el liderazgo populista, prefirió la redistribución de una riqueza que parecía inagotable a la generación de valor; le entregó un poder incontrarrestable a los sindicatos y le dio forma a una suerte de corporativismo latinoamericano en que el surgimiento de grupos de presión encarnados hasta las entrañas de la sociedad argentina, pavimentaron el camino a la corrupción y su lento deterioro económico.
No está de más recordar que por décadas los chilenos miramos el caso argentino como una suerte de demostración que se podía ser populista sin que pasara nada tan grave, mirábamos –y algunos todavía miran- ciertos derechos sociales que rigen allende los andes, como la universidad publica gratuita y de acceso universal, así como beneficios de salud y previsionales que nos parecen extraordinarios a este lado de la cordillera. Cuántas veces he escuchado citar estas cualidades acotando que los argentinos lo pueden hacer “y no pasa nada”.
Pero pasa, al terminar la segunda guerra mundial Argentina era una de las economías más potentes del mundo, muy superior a los países asiáticos y a gigantes como Australia. La grandeza de Buenos Aires, con esa impronta imperial, casi mágica en un país que nunca lo fue, nos sigue encantando a los chilenos. Cómo no, acá tenemos la cultura del “cafecito” y la “agüita”, mientras los porteños miran el mundo desde la majestuosidad de la 9 de julio. Pero la verdad es que Argentina se fue rezagando poco a poco, hasta llegar a lo que es hoy, un país aislado de los mercados financieros, con una pobreza tremenda en las provincias y en las villas miserias del gran Buenos Aires, superado por Chile en ingreso per cápita y en desarrollo humano.
Políticamente lo de Argentina es un crimen, una clase dirigente que ha logrado evitar que su país sea una potencia desarrollada aplicándose al máximo; a diferencia de Chile, cuyo progreso ha sido consecuencia de un sistema institucional sólido y políticas públicas de primera.
¿Se producirá la gran paradoja de que Argentina enmiende su rumbo en el mismo momento histórico que Chile lo pierde? No lo creo, mi pesimismo me lleva a temer lo peor, Argentina perseverará en el camino del peronismo y nosotros los miraremos como el ejemplo a seguir.
Es posible que haya segunda vuelta, que se genere la ilusión del cambio, pero como en el famoso tango de Gardel, todo se perderá por una cabeza. Parece ser el sino latinoamericano.
El día que Cristina le entregue la banda albiceleste a su sucesor peronista reconozco que sentiré casi como propia la derrota de la opción de cambio, porque soy un chileno al que le gusta Argentina, que se siente identificado con mucho de su cultura, que admira su grandeza y que, a pesar de todo, no puede dejar de soñar que va a llegar el día en que chilenos y argentinos abandonaremos para siempre el populismo de izquierda latinoamericanos. No puedo evitarlo.
Por eso, si el Peronismo vuelve a triunfar, recordaré a Gardel:
“Basta de carreras, se acabó la timba,
un final reñido yo no vuelvo a ver
pero si algún pingo llega a ser fija el domingo
yo me juego entero que le voy a hacer”.