El eje de la discusión política en Chile se ha venido desplazando hacia la izquierda. El fenómeno tomó mucha fuerza con Bachelet II y se desbordó tras los violentos sucesos de octubre de 2019, prácticamente sin contrapesos. Y así se mantuvo hasta la derrota, en el plebiscito de salida de 2022, de la extrema izquierda y del socialismo que abrazaron el proyecto constitucional iliberal y antidemocrático que nos propuso la chavista Convención Constitucional.
Pero los partidos tradicionales de derecha quedaron, voluntaria o involuntariamente, desplazados hacia un lugar tal vez más parecido al centro político que en la derecha propiamente tal, desdibujados y sin ejes claros que distinguieran sus planteamientos programáticos y principios. Y la verdad es que de ahí no han podido salir.
Y no saldrán en tanto no dimensionen verdaderamente el riesgo que enfrentamos, siendo desesperanzador que a pesar de octubre de 2019 y de la propuesta que nos puso por delante toda la izquierda (no solo el PC, y no solo el FA), aun no lo hagan.
Por cierto, en nada colaboran la división interna de la propia derecha y la excesiva confianza sobre la que obra, bajo la que pareciera que le basta para ganar el rechazo que causa la gestión gubernamental en la población. Tampoco ayuda esa forma, desalentadora, en que esta siempre como pisando huevos y pidiéndole permiso a la izquierda para opinar (lo que ésta aprovecha como quien dice agua va).
Ello produce un profundo desencanto entre los representados del sector y gran desafección pues, quienes creemos en los postulados que supuestamente ha de promover nuestro sector, no entendemos la falta de convicciones y de confianza en los mismos. Menos aún, entendemos que no sean capaces de mostrar a la ciudadanía un proyecto de país claro y radicalmente distinto al de la izquierda chilena, por el que se esté dispuesto a jugársela. A veces queda la sensación que si la derecha llega al poder lo administrará, mas no lo ejercerá.
Casos recientes no solo muestran cuan ávida está la izquierda de pegar cuando se está en el suelo, sino también y, lamentablemente, cuan deseosa parece estar la derecha por validarse moralmente ante un adversario implacable que, por de pronto, no tiene ni más ni mejores credenciales.
El reciente y explicito apoyo del Partido Comunista a la narco dictadura de Maduro, centro y corazón del gobierno del presidente Boric, partido con el que el mandatario y sus filas han elegido y eligen gobernar y hacer pactos electorales, a lo que se suma el apoyo histórico y constante que ese partido y el Frente Amplio han dado al régimen dictatorial (que lo es; no solo hace declaraciones propias de un régimen dictatorial), y del que ahora intentan tácticamente desmarcarse, son una muestra más que de credenciales de superioridad moral ni hablar.
Por ello es llamativo que algunas personas, de centro derecha y centro izquierda, se hayan apresurado en salir a sobre destacar el rol que está jugando el Presidente Boric, y la diferencia que, en los dichos (no en los hechos) marca con los suyos. Y es que, aun cuando sus palabras les sorprendan, de ahí a reconocerle valentía y contundencia, hay mucho trecho. Mal que mal, es el Presidente de una nación donde impera una democracia constitucional y cualquier otra posición hubiera sido simplemente inaceptable.
Digamos, además, que el que haya catalogado sus dichos como una mera “diferencia” con el PC, no apta para polemizar en Chile (luego de que la OEA señalare que los resultados del CNE no deben recibir reconocimiento democrático), es alarmante cuando es la democracia la que está en juego y es todo un pueblo el que sufre bajo el yugo del tirano. Que en el barrio haya presidentes silentes, de los que se esperaría que saquen la voz, pudo haber contribuido a la sorpresa, pero poner la vara ahí y, sobre todo, que la derecha la ponga ahí para medir el coraje, me parece muy desesperanzador. Máxime después de que el oficialismo actual tratase infamemente de tirano y dictador al fallecido Presidente Piñera.
Y es que no era necesario llegar hasta acá para darse cuenta de que se lidia y ha lidiado con una peligrosa narco dictadura. A veces, y volviendo a la cuestión del eje corrido, parece que hemos movido tanto el cerco y tolerado otro tanto, que hasta estaría resultando razonable tratar de corajudo a quien simplemente dice (mas no hace) lo evidente, pretendiendo además dejarlo en el plano internacional, sin repercusiones internas.
Pero en el horizonte no todo es nublado variando a tormenta. En buena hora, el nuevo presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, muestra otra impronta. Una que se presenta púbicamente sin necesidad de satisfacer complejos propios o ajenos. Fuerte y claro, ha dicho que no va a aceptar dictados morales de la izquierda, ni menos que se pondrá a la fila de las credenciales morales que ellos, y solo ellos, creen tener derecho a repartir. Ha marcado una posición nítida de rechazo al proyecto de reforma al sistema de pensiones del oficialismo que la ciudadanía, además, no respalda pues es un Exocet al esfuerzo y empleo formal, al ahorro y a las finanzas públicas.
Luego, ante el evidente fraude del dictador venezolano, ha marcado importante distancia con las declaraciones del gobierno chileno, pidiéndole a éste que actúe (y no solo diga) con más claridad y firmeza, instándolo respetuosamente a que no se quede en las aguas de lo retórico, que tan bien le quedan, pues de esas aguas no emergerá nada bueno.
Aun cuando no comparto su posición respecto de la multa que propone el veto del gobierno en el asunto del voto obligatorio, pues me parece que ésta sí debilita fuertemente el mandato constitucional, su impronta es aire fresco que da esperanza. Nos representa a muchos que nos sentimos francamente huérfanos de políticos con convicción y que no necesiten, para mover su mano derecha, el permiso de la izquierda. (Ex Ante)
Natalia González