Es comprensible, desde luego, que el amor fraternal la mueva a escribir una carta apresurada; pero lo que no es razonable es que no haya entendido el argumento de la columna. Porque la columna tenía por objeto llamar la atención acerca de un defecto presidencial que ha causado graves problemas públicos. Y advertir eso es una forma de ayudar. Para cerciorarme entonces de que la ayuda llegue a destino, debo repetir el argumento: el Presidente actúa a destiempo, o mejor aún, apresuradamente.
Pongamos en paréntesis las causas de ese apuro y atendamos a los hechos.
Primero —de esto hace ya casi un mes—, el Presidente llamó a la población a prepararse para la nueva normalidad. Por supuesto, y salvo que la nueva normalidad se parezca al infierno o a una jaula invisible, ella aún no llega. Y es probable que su demora se deba paradójicamente a una conducta desaprensiva de la ciudadanía que el Presidente de manera involuntaria (pero actuar de manera involuntaria en un Presidente es más grave que hacerlo con intención) alentó. A tal extremo llegó esto que incluso una subsecretaria ponderada y razonable incurrió en la frivolidad de señalar que por fin era posible salir a tomar café con los cercanos.
Luego, el domingo pasado, el Presidente anunció la repartición de mercaderías a las familias que lo necesitan con más urgencia. Al día siguiente hubo quienes hicieron fila en las municipalidades esperando esa ayuda que el Presidente había anunciado y protestas reclamando una pronta entrega. Por supuesto, la ayuda no estaba. Era un simple anuncio que se dio antes de resolver la compleja logística que su ejecución supone. Hoy se sabe que la distribución tomará semanas y alguno de sus ministros y un puñado de alcaldes, convertidos en personajes de matinal, intentan explicar cómo llevar adelante el anuncio presidencial.
¿Acaso no fue apresurado referirse a la nueva normalidad cuando el desastre apenas comenzaba? ¿Acaso lo adecuado no era, antes de hacer su anuncio, preparar primero la compleja logística de la distribución de alimentos?
Por supuesto que sí, era lo adecuado; solo que eso no habría calmado la ansiedad presidencial.
El Presidente debe entender (y sus ministros y asesores hacerle ver en vez de simplemente aplaudirlo) que en momentos de crisis la ciudadanía, invadida por la incertidumbre, tiende a creerle. En las crisis, es uno de sus defectos, el poder adquiere veracidad. Por eso el Presidente debe cuidar con esmero el momento de sus anuncios y cerciorarse, sobre todo, que entre ellos y la acción que anuncia no medie un tiempo que para la gente que sufre es interminable.
Confío en que luego de esta larga explicación la hermana del Presidente entienda que he hecho precisamente lo que ella solicita: dar ayuda.
Carlos Peña