Mientras en el país el primer trimestre fue de un avance modesto, las principales economías sorprendieron para bien. China se expandió a un ritmo de 6,7% en el contexto de la aplicación de medidas contracíclicas efectuadas por el gobierno, con el objetivo de compensar las incertidumbres generadas por las negociaciones comerciales con Estados Unidos. Por su parte, la zona euro creció un 1,5%, luego de un débil 2018, y Estados Unidos superó todos los pronósticos dando un salto al 3,2%.
Desgraciadamente, la semana pasada Estados Unidos subió a 25% los aranceles de US$ 200 billones de importaciones chinas. Amenazó, además, con replicarlo para los US$ 300 billones restantes, mientras China establecía aranceles de distintos montos a US$ 60 billones de importaciones desde Estados Unidos. Este negativo giro en las conversaciones ocurrió cuando todos esperaban un pronto acuerdo y se produjo por la apreciación de los negociadores americanos de que China a último momento modificó lo ofrecido.
Lo que está en juego es importante para ambos países y para el mundo. La incertidumbre es más costosa de lo que se pensaba, dado lo extenso y complejo de las cadenas de suministro en el mundo moderno. Probablemente esta falta de claridad explica el poco dinamismo de la inversión de capital en medio de una expansión razonable de la economía global.
Los aranceles y las restricciones al comercio son negativos para el progreso. Los mercados de activos lo demuestran reaccionando cada vez que se corre el riesgo de que ellas se transformen en medidas de carácter permanente. Es de esperar que ello sea un incentivo para que ambos países despejen pronto sus diferencias y eviten que sus realidades políticas internas impidan una solución a todas luces necesaria.
Para la zona euro es posible estimar un crecimiento de 1,5% durante el primer trimestre. Ello luego de una fuerte desaceleración a fines de 2018. El dinamismo fue impulsado por el gasto en consumo y la construcción. El peligro de una recesión, que algunos predijeron hace unos meses, ha quedado atrás.
Sin embargo, las noticias fueron especialmente positivas en Estados Unidos. La estimación del crecimiento del primer trimestre de 3,2% fue superior a lo esperado, a pesar de la paralización de varias semanas del gobierno federal. Es posible plantear dudas sobre esta cifra al analizar su composición, especialmente por la importancia que tiene en ella la acumulación de inventarios. Pero existen indicadores adicionales que apuntan a un sólido desenvolvimiento del país del norte. La tasa de aumento de la productividad trepó a un 2,4% anual el trimestre pasado, luego de haber aumentado sostenidamente en 2018. La tendencia de escuálidos crecimientos de la productividad mantenida durante el período 2009-2016 parece quedar atrás. Y ello ocurre cuando las tasas de desempleo alcanzan la menor tasa en décadas, un 3,6%. La mayoría de los que obtuvieron empleo este primer trimestre eran previamente ajenos a la fuerza del trabajo, y la participación en la fuerza laboral, por su parte, alcanzó el 63,2%, su mayor nivel en seis años. Pero aún más decisivo es que esto sucede cuando los salarios de los trabajadores aumentan 3,2% anual, siendo aún mayor el crecimiento de las remuneraciones más bajas.
Mal que pese a muchos, la mejor explicación de este revivir de la economía de Estados Unidos radica en las políticas del gobierno actual. Sin duda, el Presidente Trump no es el mejor ejemplo del buen trato y de la prudencia en sus declaraciones. Pero tal vez eso mismo le ha permitido llevar a cabo con decisión un programa de desregulaciones y rebaja de impuestos para facilitar la producción y el empleo. Ello le ha significado enfrentar la furia de quienes se sienten dueños de establecer lo políticamente correcto. Posiblemente será esa oposición a ultranza y sus tuits impertinentes los que le harán difícil obtener su reelección, a pesar de la vibrante economía.
Pero el problema no radica allí, después de todo Estados Unidos es una democracia sólida en que la alternancia en el poder no es una novedad. Lo más peligroso para el futuro de la economía de ese país son las propuestas insensatas y son varios los precandidatos que parecen competir en generarlas. Desde prescindir del petróleo con alternativas utópicas, pasando por la cuasi expropiación de las grandes empresas, que explican gran parte del progreso, a través del cumplimiento de directivas federales del gobierno de turno, hasta defender una supuesta teoría monetaria moderna en que el Congreso la utiliza discrecionalmente para financiar los déficits que genera. No es probable que triunfen quienes plantean esas ideas, pero si el candidato que finalmente sea elegido presidente es demócrata, probablemente un moderado, le será difícil dejar de estar influenciado por el ambiente anterior y el dinamismo económico renovado corre el riesgo de desaparecer.
Uno de los puntos negativos de la evolución económica reciente de Estados Unidos es el déficit fiscal. Este no es nuevo y el gobierno anterior lo catapultó. Sin embargo, se argumenta que la rebaja de impuestos recientes lo agravó y eso hace ver con más escepticismo el crecimiento actual. Las cifras, por su parte, nos muestran un panorama diferente. Los ingresos federales aumentaron un 2% en los primeros siete meses del año fiscal 2019 al compararlos con el año anterior. Los ingresos por contribuciones sobre las planillas laborales crecieron un 4,7% debido al aumento del empleo y las remuneraciones. Los impuestos a la renta personales no variaron a pesar de las rebajas efectuadas y los impuestos corporativos solo disminuyeron US$ 7 billones como resultado de la rebaja de tasas del 35% a 21% incluida en la reforma de fines de 2017.
La razón del aumento del déficit en US$ 145 billones reside fundamentalmente en un alza de los gastos del 7%, específicamente en las prestaciones de seguridad social y diversos programas de salud. El dilema de fondo para el país del norte, como para cualquier otro, incluido Chile, es que debe moderar sus deseos de aumentar los llamados “gastos de apoyo” a la población. Sin un ambiente y políticas que favorezcan el progreso, esos mayores beneficios se hacen inviables.
De vuelta en Chile, la autoridad ha indicado que tiene la certeza de que el primer trimestre no será representativo del año. Espera el crecimiento de 3,5% programado. Es cierto que lo ayudará una base de comparación más benigna el segundo semestre, pero el efecto de lo conocido no debe menospreciarse. Además de la actividad, el trimestre pasado fueron decepcionantes el consumo, el empleo y la confianza. Por ello el mercado visualiza crecimientos algo más moderados, de alrededor del 3,2%.
Si la mirada a lo que sucede en el mundo nos da alguna lección, es la siguiente: si se quiere progresar más aceleradamente, no se debe entorpecer la creación de riqueza. Pareciera que para que eso ocurra en Chile el gobierno debe ser más asertivo en sus planteamientos procrecimiento y la oposición debe abandonar, al menos en parte, su objetivo de que el Gobierno no tenga éxito. Desde una perspectiva mezquina, si espera gobernar en el futuro, le debiera interesar hacerlo con un país más próspero. (El Mercurio)