Como era esperable, el Presidente Sebastián Piñera no dejó pasar un solo día: en las primeras horas de su mandato cambió el eje de la agenda gubernamental, instalando como prioridades la crisis del Sename y la construcción de acuerdos en otras áreas relevantes; en paralelo, generó el escenario para la renuncia a su cargo del general director de Carabineros -Bruno Villalobos-, del jefe de Inteligencia de la institución -Gonzalo Blu- y del ex fiscal Luis Toledo, quien desistió de su nombramiento como notario público luego de que el nuevo gobierno anunciara el retiro del decreto respectivo.
Así, el nuevo Mandatario impuso un fuerte contraste con la administración anterior, tanto en materia de agenda social como en el ejercicio de su autoridad; a lo que se agregó la desinteligencia de la administración anterior en el intento de cierre del penal Punta Peuco y el abrupto final de dicha expectativa. (Si un gobierno con participación comunista tuvo cuatro años para clausurar el recinto y no lo hizo, mal podría ahora exigírsele a un gobierno de derecha que lo haga).
Ha sido, sin duda, un inicio auspicioso, pero que supone también el desafío de ir consolidando posiciones sin desgastar anticipadamente la iniciativa política. El nuevo gobierno pudo aprovechar los beneficios de un contexto inicial donde la oposición está muy debilitada, pero donde es improbable que lo esté de manera indefinida. Y dado que en materias más complejas y sustantivas -una nueva reforma tributaria, previsional o de salud- los avances dependerán de otros plazos y estrategias, será más bien ahí donde se pondrán a prueba las destrezas políticas del equipo de gobierno.
Con todo, las señales de la primera jornada dejan al nuevo gobierno en un buen pie para lo que viene. Poner a los niños y adolescentes vulnerables en el centro de la agenda, empezar a restablecer el principio de la responsabilidad del mando en Carabineros, reflejan una mejor sintonía con la opinión pública que la mostrada en la última etapa de la administración anterior. El paso siguiente supone, entonces, exhibir la suficiente claridad estratégica y ductilidad táctica para aprovechar este primer impulso, en función de ir construyendo acuerdos con otros sectores.
La ‘inercia’ unitaria de las fuerzas opositoras a la hora de conformar las mesas y comisiones del Congreso es un dato relevante. La dispersión en dicho campo parece no asegurar por sí sola que el nuevo gobierno logre acceder con relativa facilidad a la construcción de mayorías legislativas. El mosaico de agrupaciones diversas (y eventualmente antagónicas) puede a la larga hacer incluso más difíciles los acuerdos, acelerando el desgaste del nuevo gabinete. Apostar a que los elementos partidarios de la polarización están hoy debilitados, implica desestimar la posibilidad de que el rol opositor y la retroalimentación con los movimientos sociales les ayuden a fortalecerse en un plazo no muy prolongado.
En síntesis, la inflexión mostrada en estas primeras horas por el nuevo gobierno es una señal que facilita su iniciativa política, pero que también puede ser contraproducente en el manejo de las expectativas. En los hechos, ese fue un flanco donde la primera administración de Sebastián Piñera mostró una de sus principales debilidades. Y es precisamente sobre las expectativas que se cierne esta vez otro fantasma: la estrechez de recursos generada por el significativo aumento del déficit fiscal y de la deuda pública, dos pesadas mochilas que deben sumarse a la carga de una administración plena de desafíos. (La Tercera)
Max Colodro