Hace algún tiempo, aquí en El Líbero, señalé que existía una “dieta desbalanceada” entre transparencia y rendición de cuentas. Se ha puesto demasiado énfasis en la transparencia y se ha minimizado la importancia de la gestión, de los resultados, de rendir cuentas y de lograr un gobierno efectivo al servicio de la ciudadanía.
Hoy quisiera profundizar en el argumento, pero ahora desde un ángulo distinto. Creo que invocando la transparencia se ha puesto mucho énfasis en erradicar a los malos políticos, pero se ha puesto poca energía en sumar y convocar a buenos profesionales para la labor política permanente. La pregunta es: ¿A quiénes nos gustaría ver conduciendo la política nacional en 20 años más?
Para algunos la pregunta puede ser engañosa, pero se trata de algo muy concreto. ¿A quiénes queremos dedicados a tiempo completo a la actividad pública en los distintos partidos políticos por los próximos años? Reitero el concepto de dedicación a lo largo del tiempo, y, por lo mismo, no incluyo para este análisis a quienes colaboran con un gobierno por una vez, o a quienes aportan en una determinada oportunidad o proyecto. Me refiero a quienes dedican la vida a trabajar en lo público, a construir y a hacer política durante años.
Muchos contestarán que queremos a los mejores, y que eso implica buscar a personas preparadas, desinteresadas y con vocación de servicio, y que no estén “contaminadas” por la política tradicional. Pero, ¿es aquello una aspiración realista? ¿Es tan mala la política tradicional? ¿Existen personas capacitadas para liderar la política nacional si no tienen la experiencia y las redes para navegar en dichas aguas?
No hablo de los individuos excepcionales, esos que aparecen de vez en cuando y sorprenden a todo un país haciendo una contribución única o rompiendo los paradigmas del momento. Sean ellos bienvenidos. No, no me refiero a esas excepciones. Me refiero al grupo —generación o como se le quiera llamar— de líderes políticos de distintas visiones que deben actuar en un determinado momento histórico para construir gobernabilidad y progreso a pesar, o a partir, de sus diferentes visiones de la persona, la sociedad y el mundo.
Como la gran mayoría de las actividades humanas, la política requiere personas capacitadas, con vocación, que funcionen en red y tengan experiencia. La actividad política —gubernamental, parlamentaria, local, etc.— es demasiado importante, pero es a la vez muy compleja y delicada. Es importante porque un país con buena política y políticos suele tener mayores oportunidades de progreso y bienestar para sus ciudadanos. La mala política (y malos políticos) suele ser un punto sin retorno de problemas y conflictos que terminan perjudicando el bienestar de los habitantes de un país.
Pero la política no sólo es importante, sino también una tarea muy difícil, que exige muchas habilidades, capacidades y conocimientos. A diferencia de la actividad privada, el sector público funciona en un ambiente de restricciones legales y procedimentales muy significativas. Se trata de un entorno altamente expuesto ante la opinión pública, donde sus participantes y sus familias están permanentemente sometidos al escrutinio ciudadano y de los expertos. Consiste en una labor que aspira a ideales, pero dadas las diversas visiones —y votos— suele requerir de compromisos, negociaciones y puntos intermedios, siendo imposible satisfacer a todos. Requiere de acuerdos sucesivos y de confianza básica entre los distintos actores políticos, aunque piensen muy distinto, porque saben que lo negociado en el día de hoy tiene consecuencias en las futuras negociaciones. Es una actividad difícil de recompensar, pues con los recursos públicos se debe ser muy cuidadoso. En fin, es una actividad que requiere personas muy calificadas y preparadas, lo que podríamos denominar “profesionales de la política”.
Pero la verdad sea dicha, la opinión pública detesta a los “profesionales de la política”. Quiere profesionales en la salud, en la educación, en las emergencias, en las obras públicas, en la tecnología, en los negocios, pero no quiere profesionales de la política. Considera que son una mayoría de individuos capturados por intereses, que sólo actúan en búsqueda de la reelección o poder, que no promueven grandes ideales, sino que transan en posiciones intermedias. La gente clama por liberar a la política de estos políticos.
Mi visión, en cambio, es muy diferente. Creo que Chile ha tenido excelente políticos en las últimas décadas, y que gran parte del progreso y bienestar que ha alcanzado nuestro país se funda no sólo en buenas instituciones y políticas públicas, sino en un grupo de líderes que ha logrado generar estabilidad, solidez, confianza y predictibilidad. Han logrado un buen equilibrio entre articular intereses y visiones, y construir soluciones razonadas. ¿Significa ello que la política está bien y no hay nada que cambiar? Evidentemente no. Como no todo es perfecto, lo que ha sucedido con los años es que se ha evidenciado un proceso de estancamiento y gradual deterioro, que ha demandado de reforma y revisión, especialmente después de casos de alta connotación pública.
El foco central de las reformas políticas ha sido aumentar la transparencia y elevar los estándares de probidad. La transparencia es una herramienta que busca prevenir las conductas inadecuadas y disminuir los riesgos de actuaciones basadas en conflictos de interés, a través de la publicidad de las características de los actores políticos y de sus actuaciones e intereses. La transparencia no está pensada como un instrumento del arsenal político de los partidos o grupos, sino más bien como una herramienta preventiva. Lamentablemente, a mi juicio, las bondades de la incorporación de mayor transparencia han sido acompañadas por abuso e instrumentalización de la misma para atacar o estigmatizar a opositores políticos, haciendo que el riesgo de abuso de esta herramienta pueda alejar a personas de la política y del servicio público.
El paquete de cambios introducido en los últimos años ha incluido medidas como las siguientes: cambios constitucionales y legales para incorporar principios de probidad y transparencia; perfeccionamiento y elevación de estándares exigibles en las declaraciones de patrimonio e intereses; aumento de las inhabilidades e incompatibilidades para el ejercicio de los cargos públicos; definición de umbrales de patrimonio de autoridades que requieren de administración por terceros o bien venta del mismo; nuevas normas de campañas electorales y financiamiento de la política incluyendo sanciones de pérdida del cargo; regulación más estricta para el uso de las asignaciones parlamentarias, entre muchas otras medidas.
Se trata de cambios que elevan la exigencia para dedicarse a la política, pero que en su mayoría tienen sentido y fundamento al analizarlos de forma aislada. En su conjunto, por otra parte, estas medidas aseguran mayores estándares, pero no aseguran que logremos acercar y motivar a más personas capaces y preparadas a dedicarse por tiempo largo al servicio público, dado que la dedicación a la actividad pública implica ahora mayores exigencias, una dilución entre lo público y lo privado del individuo, y mayores costos en casos de incurrir en un error o en una acción indebida. Dicho en simple, por buenas razones se aumentó el costo para dedicarse profesionalmente y por tiempo largo al servicio público.
Si como sociedad hemos acordado hacer más exigentes los estándares para participar del servicio público a través de mayor transparencia, publicidad, incompatibilidades, inhabilidades y sanciones, debemos estar conscientes de que ello puede tener como consecuencia que personas que antes estaban dispuestas a dedicarse al servicio público, ahora ya no lo estén. El desafío, entonces, consiste en balancear estas mayores exigencias con nuevos incentivos y motivaciones que acerquen capital humano a la política profesional. Esa es una tarea muy, pero muy difícil.
Soy un convencido de que Chile enfrenta desafíos enormes en los próximos 30 años y de que la calidad de sus líderes políticos será fundamental en el éxito o fracaso de las tareas que emprendamos como sociedad. Revisar la estructura de normas que atraen y retienen talento en la política es una tarea que debe ser revisada con rigor, sentido común y proyección hacia el futuro. Necesitamos una dieta mejor balanceada. (El Líbero)
Ernesto Silva