La irrupción de Johannes Kaiser ha sido el elemento más novedoso y disruptivo de la actual campaña presidencial. Cuando empezó a figurar en las encuestas el año pasado, nadie creía que iba a subir tanto y en tan poco tiempo. La inscripción del partido Nacional Libertario es una señal de que, detrás de su figura, se ha ido constituyendo una corriente que ya no puede ser mirada por encima del hombro.
Kaiser representa a la derecha irreductible, que capitalizó el rechazo al octubrismo, al experimento constituyente y al extravío woke, y que busca cruzarse en el camino de lo que percibe como una amenaza revolucionaria. Ha encarnado la oposición cerrada al gobierno de Boric. Es, sobre todo, la opción del orden y el combate a la delincuencia, lo cual le ha permitido conectar con amplios sectores que reclaman mano dura y creen que hay que imitar ciertos dudosos ejemplos extranjeros. Kaiser sostiene el derecho de los ciudadanos a poseer armas y propone restablecer la pena de muerte.
Sus definiciones son todavía gruesas, de agitación, concebidas para cohesionar a las huestes, pero muy distantes todavía de ser la base de políticas públicas sostenibles en una sociedad compleja como la nuestra.
Hasta hace poco, el propio Kaiser no imaginaba que podía llegar a disputar la Presidencia este año: se conformaba con que lo invitaran a una primaria de la derecha. No cuenta con equipos para gobernar y el partido Nacional Libertario está recién armándose. Con realismo, conformará una lista parlamentaria con republicanos y socialcristianos, lo que, probablemente, le permitirá a su partido conseguir una significativa representación.
La encuesta Black and White, realizada online los días 18 y 19 de marzo, lo mostró en primer lugar, con 25%, seguido de Evelyn Matthei y Carolina Tohá, ambas con 21%. El sondeo no midió a Kaiser en eventuales escenarios en segunda vuelta, por lo que quedan en la sombra sus posibilidades reales de llegar a La Moneda. Como sea, se ha convertido en un actor al que no se puede ignorar, y sus posturas gravitarán, de un modo u otro, en la definición que viene.
Todo sugiere que no habrá primaria en la derecha. José Antonio Kast ha dicho siempre que competirá en primera vuelta, y Kaiser parece estar obligado a ello, lo que no estaba en su plan original. En tal situación, quizás Chile Vamos deba pensar si tiene alguna utilidad que Matthei participe en una “primarita” con Ximena Rincón, ya que Rodolfo Carter parece haber optado por ser candidato a senador con el apoyo de Republicanos.
Está a la vista que el ascenso de Kaiser ha reducido el espacio de Kast, candidato por tercera vez. Habrá que observar cómo evolucionan las campañas de ambos, pero es evidente que entre ellos está planteado un duelo por la hegemonía de “la derecha que no transa” y se opone al “acuerdismo” de Chile Vamos.
Un elemento nada desdeñable para Kaiser es que, si va a la primera vuelta, quedará fuera del Congreso. A lo mejor, él mismo piensa que quería crecer en las encuestas, pero no tanto. Y su liderazgo partidario dependerá en gran medida de que él tenga tribuna parlamentaria.
A mucha gente no le cuesta imaginar a Matthei en la Presidencia: ha sido diputada, senadora, ministra, alcaldesa, y la mayoría de los ciudadanos sabe a qué atenerse respecto de ella. También puede imaginar a Kast en la Presidencia: ha sido diputado, disputó la segunda vuelta en 2021 y preside un partido que fue primera fuerza nacional en la votación constitucional del 7 de mayo de 2023. En cambio, cuesta mucho ver a Kaiser en la Presidencia e imaginar un gobierno encabezado por él.
La cuestión crucial es cómo un candidato trasciende a su propio sector e inspira confianza a otros que no piensan como él, qué capacidad de diálogo tiene con el resto de la sociedad, cómo evita que, en una definición de segunda vuelta, no provoca más recelos que su rival. Ese, finalmente, es el factor definitorio: evitar el rechazo de la mayoría.
El ascenso de Kaiser puede favorecer las posibilidades de Evelyn Matthei de crecer hacia el centro y encarnar una perspectiva de estabilidad y gobernabilidad. El temor a una variante autoritaria, que le traiga al país nuevas convulsiones y traumas, puede beneficiar la opción de una centroderecha dispuesta a sumar amplias fuerzas en favor del orden democrático y los cambios bien pensados. Habrá que ver si la campaña de Matthei y su propio discurso se orientan en esa dirección.
No le sirven en absoluto las “lecciones argentinas” que derivarían del supuesto magisterio del gobierno de Milei que, con un Banco Central sin reservas y enfrentado a un inmenso desastre social, gestiona en estos días desesperadamente un préstamo del Fondo Monetario Internacional.
Una sólida mayoría quiere dar vuelta la página de la experiencia de Boric, pero no a cambio de una aventura de signo opuesto. Se trata de revitalizar los valores de la democracia liberal, no de agravar su deterioro. Esto supone favorecer rechazar la política de trincheras y favorecer los amplios acuerdos. El país no necesita nuevos refundadores ni redentores, sino poner bases más firmes a la convivencia en libertad, lo que demanda líderes con sentido de realidad y visión de Estado.
El próximo gobierno deberá tener espaldas anchas, o sea, contar con un amplio apoyo. Así, podrá priorizar el reforzamiento de la legalidad en todo el territorio. Tendrá que llevar a cabo una fuerte ofensiva contra la criminalidad, para lo cual habrá que poner en tensión a todas las fuerzas del Estado. Esa es la condición del éxito de cualquier programa de crecimiento económico, desarrollo social y perfeccionamiento institucional. (Ex Ante)
Sergio Muñoz Riveros