¡Que buenos son los partidos!

¡Que buenos son los partidos!

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¿Quiénes son? ¿Cómo piensan? Estas fueron las preguntas que rondaban ante la fenomenal votación de los candidatos independientes en la pasada elección constituyente. La prensa se esforzaba por arrancar definiciones de estos candidatos electos, y rápidamente les ofrecieron a sus lectores una radiografía de cómo piensan estos misteriosos convencionales.

Con esa información en la mano, rápidamente se encendieron algunas alarmas: “es que noventa y no sé cuántos no quieren inversión extranjera”, “es que hasta aquí nomás llegamos con la autonomía del Banco Central”. Analistas y opinólogos intentaban explicar el fenómeno cuando la sencilla verdad es esta: ni los mismos convencionales electos saben cuáles son sus propias posturas, al menos en una multiplicidad de temas.

Permítame un ejemplo: suponga que durante la campaña un candidato enarboló las banderas del cuidado del medioambiente. Al día siguiente de la elección, se le pregunta por sus definiciones en orden público económico. ¿Por qué se asume que ese candidato electo sabe acerca de este importante tema? ¿Qué sentido tiene preguntarle ahora? Tal como señaló Andrea Repetto en radio Duna, no es buena idea contestar por los medios sobre “cosas en que todavía no tienen sus ideas completamente firmes y que tienen tiempo para pensar y para preguntar”.

Ahora bien, ¿es razonable que frente a una multiplicidad de temas los electores sepamos ex post cómo piensan los convencionales? ¿No habría sido mejor enterarse ex ante? La respuesta es evidente: para elegir mejor es necesario tener más información, y eso es precisamente lo que ofrecen los partidos políticos.

Pero esta no es la única gracia de los partidos. Una democracia fundada en ellos le permite a la ciudadanía premiar y castigar según la marcha del país. Como se dice hoy, sin partidos políticos el accountability político no es posible.

En efecto, cuando un ciudadano vota por un determinado partido, sabe de antemano cómo se va a comportar y qué ideas va a defender ese particular candidato. Por supuesto que esto no asegura total coincidencia en todos los temas, pero sí es una buena aproximación a lo que el ciudadano espera que se promueva o defienda. En otras palabras, la predictibilidad de un candidato es un activo valorado por la ciudadanía y explica en parte la horrible votación de los dos bloques tradicionales: de un tiempo a esta parte, parlamentarios de Chile Vamos se comportan como si fueran de la Nueva Mayoría y muchos de la ex Nueva Mayoría se mimetizan con el Frente Amplio. Resultado: 20,5% para Chile Vamos y 14,5% para la ex Nueva Mayoría. Triste récord para ambos.

Los partidos políticos ofrecen proyectos de largo plazo, permiten de mejor manera el diálogo político y entorpece la aparición de caudillos y populistas. Es cierto que los partidos están en crisis y que la ciudadanía nos ha castigado, pero esa es justamente la gracia: los chilenos tienen a quien pasarle la cuenta.

En suma, la crisis actual se puede resolver con partidos haciendo una autocrítica y mejorando su oferta política, o -como don Otto que vende el sillón- sacar a los partidos como el pilar fundamental de la democracia representativa, mediante una ley que permita a grupos de independientes saltarse el trabajo de formarlos. (La Tercera)

Guillermo Ramírez

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