Se dice que la política está desprestigiada, y es verdad. Pero como lo que viene después de la política es la violencia o la tecnocracia (o una mezcla de ambas, al estilo de la orwelliana 1984), resulta claro que debemos dedicar todos nuestros esfuerzos a volver a prestigiarla. ¿Por dónde podemos partir en esta tarea titánica? No tengo recetas mágicas, pero sí puedo hacer una constatación elemental: la gente de nuestro tiempo no se apasiona con los discursos, quiere ejemplos, necesita ver que los ideales no se hallan solo en los libros, sino en personas de carne y hueso.
Afortunadamente para nosotros, esas personas existen. Reparemos hoy en dos figuras que en estos días han vuelto a ser recordadas: Patricio Aylwin, a un año de su muerte, y Renán Fuentealba, que acaba de cumplir 100 años. A veces estuvieron en posiciones distintas, pero tienen en común la coherencia, un valor que hoy escasea y cuya ausencia es una de las causas del malestar de la política.
¿Cómo no recordar esos difíciles momentos en el más célebre de los discursos de don Patricio, cuando ante un Estadio Nacional lleno de gente nos llamó a “restablecer un clima de respeto y de confianza en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares”? Y ante las rechiflas de muchos no se amilanó, sino que clamó con fuerza: “Sí señores, sí compatriotas, civiles o militares: ¡Chile es uno solo! ¡Las culpas de personas no pueden comprometer a todos! ¡Tenemos que ser capaces de reconstruir la unidad de la familia chilena!”.
Pocos eran entonces capaces de darse cuenta de la importancia de esas palabras valientes, que pusieron las bases para que tuviéramos una transición a la democracia que en todo el mundo se reconoce como un éxito. Pero en ese momento él no estaba esgrimiendo una carta triunfadora, porque era más fácil y popular dejarse llevar por el rencor y la venganza. Comprometerse con la paz requiere en ocasiones una gran dosis de valentía, como la que tuvo en los Estados Unidos John Adams, su segundo Presidente, que puso en juego todo su prestigio político para evitar que la naciente república entrara a la guerra entre Francia e Inglaterra. Finalmente logró su propósito, pero eso le costó el no ser reelegido. Don Patricio buscó un Chile para todos, y por eso es capaz de constituir un ejemplo perdurable.
Lo mismo cabe decir de Renán Fuentealba, tres veces presidente de la DC, parlamentario por largos años, también intendente y que, sin embargo, es capaz de trabajar como uno más en la Municipalidad de Coquimbo. Esa disposición a subir y a bajar, a estar donde lo necesiten, aunque no sea un lugar rutilante, es una muestra de grandeza.
Coherencia en sus vidas públicas y privadas. Jugados por su visión humanista cristiana. Fiel reflejo como nos recordó el padre Felipe Berríos en la inauguración de la Fundación Aylwin, que a veces se gana, perdiendo.
Don Patricio y don Renán: dos ejemplos para tener en cuenta en los próximos días, cuando comience la Junta Nacional de la DC, si de veras se busca intentar un renacimiento de la política. (La Tercera)
Soledad Alvear