La idea de “nación” es considerada, casi consensuadamente, dentro del pensamiento político contemporáneo, como una construcción sociopolítica. Las naciones no nacen, sino que se crean, es decir, son consecuencia de procesos políticos que conducen a que determinados pueblos o comunidades pasen a ser considerados eso que se llama una “nación”. No existen, pues, naciones que existan ahí desde siempre antes del surgimiento de los Estados. Son, como indicó un autor, “una comunidad imaginada” o, como indicó otro, “una ficción útil”. A diferencia del siglo XIX, hoy no se delibera acerca de qué es una nación (existen cientos de definiciones), sino que se investiga el proceso de construcción político-social de una cierta nación.
En la Convención Constitucional se postula declarar a Chile como un “Estado Plurinacional”, dentro de la necesaria búsqueda de configurar un nuevo modelo de Estado que dé cuenta y garantice de modo efectivo la diversidad cultural y el respeto a los derechos de las poblaciones indígenas. Esta propuesta ha generado un intempestivo e inesperado doble renacer de los nacionalismos.
De un lado, desde el Estado-nación ha renacido un nacionalismo “histórico” que reivindica el modelo de nación único construido en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX. Del otro, desde los pueblos indígenas se reivindica que se les considere a ellos mismos como naciones y, en consecuencia, se los integre igualitariamente dentro del Estado.
Lo que me interesa subrayar es que esta última reivindicación implica también adoptar una decisión política que les otorgue a esos pueblos ese carácter, porque, reitero, ningún pueblo es de suyo una nación. Esta reivindicación, esta voluntad de ser una nación, ¿ha sido consultada a cada pueblo? ¿Es conveniente que ese proceso se verifique en una institución del Estado-nación en la que los pueblos indígenas solo disponen de 17 representantes? Me interesa esa mirada hacia adentro. ¿La utilidad de esta importante conversión política ha sido suficientemente argumentada o pasa más bien como algo falsamente natural?
Sea una nación o sean muchas, la crítica es la misma: la utilidad principal de este concepto instrumental ha sido y es la disolución de las diferencias culturales internas —los disensos— para crear entre los individuos un sentido de pertenencia común a esta entelequia metafísico-política. Existe una tensión fuerte, pues, entre la idea de nación y la diversidad cultural, local y territorial al interior del pueblo que es construido como tal. Así pasó en Chile en el siglo XIX, en Italia o Alemania a fines de ese mismo siglo, y así pasará con los pueblos indígenas chilenos si son ceñidos a esta categoría. Su riqueza interna cultural y política, los distintos modos de ser de esos pueblos, se irán evaporando por la dinámica misma de la idea nacional. (El Mercurio)
Pedro Gandolfo