¿Se comerán Maduro y Cabello su ración de sapos?

¿Se comerán Maduro y Cabello su ración de sapos?

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Enrique Krauze en su extraordinaria Presidencia Imperial relata que uno de los aforismos más escuchados al Presidente Adolfo Ruiz Cortines en México fue aquel referido a su descripción de la imperiosa necesidad en política de pactar y consensuar. “En esto de la política hay que tragarse muchos sapos”.

Esa peculiar máxima del antiguo Presidente mexicano aplica a muchas de las transiciones políticas. La lección extraída de las decenas ocurridas estas últimas décadas es muy nítida. Para llevarse a cabo con éxito, necesitan una actitud muy abierta de todas las partes. Actitud reflejada en flexibilidad, en la disposición a ceder y en la capacidad de negociación.

Sin embargo, para que ello ocurra, las experiencias exitosas demuestran que los contendientes deben tener claridad sobre algunas cosas esenciales. Aunque sea grosso modo, deben saber o intuir lo que quieren, hacia dónde desean modificar el estado de cosas existente y, en función de eso, ceder una y otra vez. Hasta lograr los acuerdos negociados que den luz verde a políticas consensuadas. Por ejemplo, una transición.

Volviendo al folklórico razonamiento de Ruiz Cortines, en las transiciones exitosas, es decir aquellas pactadas, todos deben tragarse su ración de sapos.

Estas últimas semanas, los latinoamericanos han estado en vilo con la situación venezolana y, a primera vista, todo indica que una de las partes -el gobierno de Maduro- no se muestra dispuesto a ninguna de esas cosas. Es muy probable que ni siquiera tengan un diagnóstico claro cómo llegaron a este impasse. Parecen superados por el miedo a un desenlace no controlado. Las diatribas escuchadas bien sólo son explicables en función de ese gran temor.

Puede sostenerse que el régimen dictatorial de Maduro ha arribado a una encrucijada. No sabe lo que quiere (salvo mantenerse aferrado al poder) ni tampoco sabe cómo modificar el estado de cosas, pese al evidente agotamiento de todo lo existente. En consecuencia, no sabe cómo ni cuánto ceder.

La otra parte, es decir la oposición ganadora de los comicios, también se encuentra en una encrucijada. Sabe lo que quiere. Asumió emocionalmente que, tras su triunfo, es la única alternativa de poder a la hora de pensar en cambios. Sabe, además, que gracias a la unidad y liderazgo de Edmundo González y María Corina Machado está en condiciones políticas de modificar el estado de cosas existente. Tiene noción de qué partes del régimen dictatorial se encuentran más agotadas y cuáles menos, por lo que sabe también cómo y cuánto ceder para iniciar el necesario tránsito pacífico. Es decir, está lista para una negociación.

Pese a ello, su encrucijada radica en que no está en condiciones de forzar ni estimular a la contraparte para dar comienzo a conversaciones. No tiene fuerza suficiente (aún) para impulsar negociaciones.

Vistas las cosas en ese sentido, en el país se ha instalado un drama tremendo. Hay una abrumadora mayoría de la población que, de manera certificada, no quiere seguir viviendo bajo las circunstancias actuales. Pero también hay un gobierno que, pese a estar paralizado políticamente, se niega a abandonar el escenario. Que se ha atrincherado en posiciones cavernarias, pudiendo mantenerse en el poder por esa vía, pero a costa de que sus capacidades de control se vayan evaporando con el paso del tiempo. Utilizando el lenguaje de la Guerra Fría, en Venezuela ha surgido una “nación cautiva”.

John Foster Dulles, el secretario de Estado de Eisenhower, puso en vigor esta noción, contraponiéndola al de la contención, popularizada tras la finalización de la Guerra Mundial, con la consiguiente división de Europa. JFD llamó a “liberar” a las naciones que habían quedado bajo dominio soviético. Desde entonces, el concepto volvió una y otra vez a la política exterior estadounidense. Para las invasiones a Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), recobró popularidad. Sin embargo, una y otra vez cayó en desuso. Se tomaba consciencia de que la Casa Blanca no iba a arriesgar vidas de soldados estadounidenses (y una inminente respuesta nuclear soviética) por esas pequeñas naciones ocupadas en Europa. Estarían condenadas a permanecer “cautivas”.

Y si bien el mundo dejó de ser bipolar, la intransigencia de Maduro y Diosdado Cabello tampoco representa un casus belli. Por ahora.

Son estas constataciones las que hacen casi inconducente el ejercicio de ver otras transiciones ejemplares como posible salida, sin dilucidar sus singularidades.

En ese contexto, cabe retomar la duda inicial, ¿qué significa una transición exitosa? ¿En qué radica el éxito de una transición ejemplar?

A la luz de lo visto en Chile, España, Sudáfrica, éxito significa un proceso en esencia pacífico y medianamente sustentable. Cada una de esas tres fue compleja en sí misma y tuvieron direcciones distintas, pero tuvieron en común dos grandes factores internos. Flexibilidad y disposición a la negociación.

En cambio, si se miran las transiciones postcomunistas en Europa, el carácter pacífico lo posibilitó la desaparición del factor externo. Es decir, Moscú. Este factor era el que daba sustento total a aquellos regímenes. Por eso, lo que ocurrió en realidad en la RDA, Polonia, Hungría y la entonces Checoslovaquia -e incluso en las naciones bálticas- fue una desintegración fulminante del sistema vigente. Por consiguiente, la parte pactada de las transiciones fueron brevísimas. Desaparecido el factor externo esencial, aquellas naciones se concentraron en avanzar de manera acelerada hacia una trayectoria autónoma que permitiese instalar el capitalismo y un régimen de libertades políticas al más breve plazo.

La teoría política había estudiado, hasta avanzados los 90, miles de fórmulas sobre cómo eliminar el capitalismo (y la democracia burguesa, se sub-entiende), pero nadie lo hizo en el sentido contrario. Por eso, el avance progresista era ineluctable (científico, dijo Marx). El progresismo se auto-percibía sólo en esa dirección lineal y no en otra.

Ante estas consideraciones, el empate catastrófico surgido en Venezuela, sugiere mirar con mayor atención las condiciones necesarias para generar un ambiente que permita una transición pacífica. Por de pronto, no perdiendo esa amalgama opositora, ni el entusiasmo ciudadano. Si eso no ocurre, el factor externo podría adquirir mayor relevancia.

Por ahora, parece evidente un incremento de la agudización de la “guerrilla política” y un mayor deterioro de la institucionalidad. Nuevas estampidas migratorias y más tensiones por toda la región. Sin embargo, ninguna transición ha sido una taza de leche ni fácil de ejecutar.

Finalmente, como anexo. Al parecer, habrá que re-tomar la fe. Una fe axiomática en que los astros se alinearán y entusiasmarán a los actores a tornarse flexibles y encontrar salidas posibles. Es decir, disposición a comer una justa ración de sapos. (El Líbero)

Iván Witker