Autoridades de gobierno a cargo de la seguridad, presidentes de partidos y diputados, al justificar las precipitadas leyes que, con emotivos nombres, han aprobado esta semana, repiten, una y otra vez, que se trata de señales. Periodistas reiteran este vocablo, uno de los más ambiguos y resbalosos del idioma castellano, como si ese mantra explicara y, más aún, justificara la fatua reacción política y legislativa ante los crímenes de carabineros.
La pregunta es señales para quién y señales de qué. Si lo que se busca es dar señales a los delincuentes, ni el más ingenuo podría pensar que la aprobación de esas normas y la maroma de desplegar la bandera y entonar el himno de Carabineros van a persuadir a alguno de ellos a abandonar su conducta delictiva. Si lo que se busca es dar señales de respaldo a la policía, parece haber modos más eficientes de ayudar a una institución en crisis. Se debate intensamente sobre la legítima defensa privilegiada, pero no se pregunta cuántos carabineros hay procesados o presos por usar sus armas ante ataques delictuales. Si lo que se busca, en cambio, es dar eficacia a la persecución del delito, las medidas tendrán un efecto muy marginal, si no nulo y probablemente contraproducente, como lo explicara y fundara, el jueves en este diario, Cristián Riego.
Salvo que lo que los diputados y el Gobierno quieran es recuperar la estima popular perdida, y esa sea la señal y el destinatario, no hay motivos para celebrar y desplegar banderas.
¿Y cuándo entonces se podrá celebrar? Las autoridades harían bien en partir explicando que no se podrá celebrar pronto. Que el índice delictual y el temor no pueden bajarse de un día para otro; que ciertamente hay medidas de corto plazo, pero las eficaces tomarán un tiempo en dar sus frutos. Sin políticas de largo plazo no habrá remedio eficaz. El temor y la seguridad se prestan para hacer mucho ruido y derramar mucha emoción. Otra cosa es la eficacia.
Me permito sugerir seis políticas de mediano y largo plazo que debiéramos adoptar si queremos romper la tendencia.
1. El Estado de Chile necesita contar con un equipo profesional potente que sea capaz de diseñar y fiscalizar las políticas de seguridad que habrán de implementar las policías y Gendarmería. No se trata de intervenir Carabineros. Se trata de revisar críticamente sus procedimientos y estrategias y de sugerir al Gobierno y al Congreso los cambios normativos que resultan necesarios y eficaces para combatir el delito. Sin ese equipo, las estrategias policiales seguirán interferidas por intereses corporativos y las autoridades de gobierno continuarán saltando de un episodio a otro, sin estrategia ni política.
2. Las cárceles. Controladas por los más avezados son, como suele repetirse, escuelas del delito. Sobrepobladas como están (somos el segundo país de la OCDE con más presos por habitante), los jueces son reacios a encarcelar, salvo delitos muy graves. Urge dejar de hacer más de lo mismo.
3. Las penas alternativas. Si hay 40.000 presos, hay 30.000 prófugos de la justicia, a quienes se otorgó libertad con restricciones que han evadido, sin que el sistema logre atraparlos nuevamente. Mientras no haya una política de medidas alternativas que sea eficaz en reducir la libertad provisional y condicional, estas medidas seguirán siendo y percibiéndose como la puerta giratoria. Mientras las cárceles sigan hacinadas, los jueces seguirán otorgándolas.
4. Ni el Estado ni Carabineros saben mucho qué hacer en las poblaciones controladas por el narco. Urge un plan nacional para enfrentarlo.
5. El reclutamiento de Carabineros decae año a año. No se trata solo de la brusca caída después del estallido, sino de una tendencia que exige revisar las carreras que se ofrecen a los suboficiales.
6. Hay 300.000 niños fuera del sistema escolar. Un 14% de los más pobres no va a la escuela. Probablemente, muchos de estos están en las calles de poblaciones dominadas por el narco; otra escuela del delito. El Estado de Chile hace poco y nada por recuperarlos. Ni siquiera tiene escuelas de reingreso y cuando una fundación que sí las tiene preguntó por los datos de esos niños para ir a ofrecerles volver a la escuela, respondió que no tenía los datos. No nos quejemos en diez años más de tener mucha delincuencia.
No es con señales ni con emocionados y ampulosos gestos que vamos a frenar la delincuencia. Como en tantas otras cosas, la única oferta seria es la de un esfuerzo sostenido y sistemático, que se podrá perfeccionar en el tiempo, pero que es indispensable iniciar ahora. (El Mercurio)
Jorge Correa Sutil