Es difícil gobernar cuando el Gobierno está terminando. Y es mucho más difícil cuando el plan de gobierno termina al comenzar. Esa agonía, que también es una lucha, es el sino y el dilema de Boric.
El programa de gobierno estaba atado a la nueva Constitución que acompañaría una gran transformación. El masivo y contundente rechazo a ese delirio refundacional marcó el destino del Gobierno. Sin nueva Constitución, sin programa y con la salida de compañeras y compañeros de aventura, todo se hizo cuesta arriba para el joven Presidente. Solo quedaba habitar las contradicciones renunciando sin renunciar.
El dilema presidencial es complejo y profundo. Al alero del éxito de su candidatura, el Frente Amplio se unió al PC bajo el paraguas de “Apruebo Dignidad”. Boric ha tenido que administrar a ese obsoleto “Apruebo” que dejó dañada la “Dignidad”. Y a eso suma las tensiones con el socialismo democrático que rescató al Gobierno. La irresponsable promesa del CAE es solo otro ejemplo de ese conflicto. Al mismo tiempo que la ministra vocera Camila Vallejo afirmaba que “es parte de nuestro programa de gobierno”, la ministra del Interior, Carolina Tohá, decía “el Gobierno no va a hacer ninguna burrada con el CAE”. Cautivo de su propia coalición, el Presidente gobierna y reflexiona como Hamlet.
También carga con un cambio sorprendente. Desde los clásicos sabemos que en política la caprichosa diosa fortuna se acerca y se aleja con la misma sonrisa. Celebrando su triunfo en las primarias, Boric declaraba eufórico: “Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”. Pero Chile nuevamente cambió. Este gobierno, sin quererlo, sin saberlo y sin desearlo, ha contribuido a un nuevo giro de la sociedad chilena. En poco tiempo ha resucitado el neoliberalismo. Solo piense en el éxito de “la platita es mía” y lo que esto significa. La mano invisible no deja de sorprendernos.
Ahora toda la atención está puesta en lo que dirá el Presidente este sábado. Eugenio Tironi ha instalado la tesis de la normalidad. La administración de Boric habría logrado “normalizar” al país. En esta propuesta se respira una cómoda resignación. Chile merece más que un simple conformismo. Si hemos perdido la seguridad, debemos recuperarla. Si hemos caído en la trampa del ingreso medio, debemos salir de ella. Y si sufrimos el deterioro de la política, debemos hacer la reforma al sistema político.
Normalizar el statu quo no ayuda. En un país presidencialista, el Presidente necesita gestionar. Es cierto que el Presidente Boric ha administrado. Pero la palabra ad-ministrar tiene el sentido de delegar “hacia” los ministros. La palabra gestionar, en cambio, se relaciona con acciones y efectos, esto es, trabajar para lograr resultados. Eso es lo que hacía Piñera. Si Piñera fue el maestro de la gestión, Boric ha sido el mago de la administración. No es lo mismo gobernar administrando que gobernar gestionando.
De cara al sábado, las prioridades siguen siendo las mismas: seguridad, crecimiento económico y reforma al sistema político. Tal vez este año su discurso no dure 217 minutos, pero posiblemente se repita lo que dijo el año pasado: “Hemos reordenado nuestras prioridades y lo seguiremos haciendo todo lo que sea necesario… Todos, y repito, todos, vamos a tener que aceptar fórmulas híbridas, acuerdos subóptimos y no descansar ni levantarse de la mesa hasta tengamos un acuerdo”. ¿Seguirá el Presidente administrando o gestionando estas prioridades?
Todavía está en juego lo que escribirá la historia sobre el legado de Boric. En política no es lo mismo tener fama que alcanzar la gloria. El sábado veremos si el Presidente de Chile aspira a la gloria o sigue siendo el líder de la fama. Quién sabe. Preparando su tercera cuenta pública tal vez siga preguntándose, como Hamlet, “ser o no ser, esa es la cuestión”. Vaya dilema. (El Mercurio)
Leonidas Montes