Como el sexo es una vivencia del propio yo que en las personas transgénero resulta opuesta a la genitalidad, es obviamente sensato permitir que esas personas puedan cambiar su identidad registral: el sexo y su nombre. A fin de cuentas se trata de corregir una asignación de sexo y de nombre que se hizo atendiendo a la anatomía o más precisamente a la genitalidad que, una vez que la persona incrementó su autonomía y la idea de su propio yo, resultó desmentida.
Monseñor Ezzati, sin embargo, no está de acuerdo ¿Por qué? Echando mano al recuerdo de las clases de filosofía que debió tener en el seminario, lo explicó con delicada vulgaridad:
Más allá del nominalismo -dijo- hay que ir a la realidad de las cosas. No porque yo a un gato le pongo nombre de perro, comienza a ser perro.
Es de suponer que lo que monseñor Ezzati llama nominalismo es una tesis conforme a la cual la realidad se configura desde los nombres (Borges la explica inmejorablemente: Si como el griego afirma en el Cratilo/ el nombre es arquetipo de la cosa/ en las letras de rosa está la rosa/ y todo el Nilo en la palabra Nilo). El error entonces del proyecto de cambio de sexo registral radicaría en que abriga la pretensión absurda de configurar el sexo desde el nombre o, como ejemplificó monseñor, en que cree que por llamar perro al gato, este se convertirá en perro.
Imposible imaginar un malentendido mayor que ese.
Porque lo que el proyecto pretende no es constituir el sexo desde el nombre, sino que justo al revés: en lograr para las personas transgénero que el nombre se adecue al sexo que la persona posee, aquel que configura su identidad más íntima y desde el que vivencia el mundo.
El error nominalista, por llamarlo así, no lo cometería entonces el proyecto que monseñor critica, sino el Registro Civil que, por ejemplo, asigna el sexo femenino a quien, a pesar de la genitalidad femenina, siente, piensa, cree y se proyecta como un hombre y vivencia el mundo, la serie de sus relaciones, el proyecto que configura su individualidad, desde esa identidad. O, por la inversa, asigna el sexo masculino a quien, en cambio, siente, piensa, anhela y se vive a sí mismo como mujer. El error nominalista consistiría en creer que lo que consta en el Registro civil, apoyado en la genitalidad, es, como dice monseñor, «la realidad de las cosas». Es el registro, para repetir la analogía no muy agraciada que Ezatti imaginó, la que parece creer que basta que una persona aparezca como Pedro para que sea Pedro o como María para que sea María; aunque Pedro sienta, piense, se vivencie y organice el mundo en derredor como María, y esta piense, sienta, vivencie y organice el mundo en derredor como Pedro.
¿Qué puede explicar la posición de Monseñor?
El hecho que él haya invocado el nominalismo da la pista. Una breve explicación filosófica permite descubrir el problema.
El nominalismo es una tesis acerca de los universales. Los universales son las clases de individuos que no se identifican con ninguno de sus miembros (el Hombre, la Mujer, parecen cosas distintas de este hombre o de esta mujer). Cuando usted habla del Hombre en general o de la Mujer en general ¿a qué se refiere? El nominalismo (que monseñor rechaza) afirma que usted sólo puede referirse a un conjunto de individuos que comparten ciertas características; el realismo (que monseñor al parecer aprueba) afirma que usted se refiere a una entidad que trasciende y es distinta de los individuos que llevan ese mismo nombre.
Y ahí está el problema de monseñor y de quienes se oponen a este proyecto.
Lo que ocurre es que monseñor, fiel creyente del realismo de los universales, piensa que la realidad de veras está en estos últimos, en el Hombre y la Mujer en abstracto, en un par de entidades esenciales que la Iglesia aspira a definir, y por la que se mide la realidad de los individuos de carne y hueso. Y por eso se preocupa de ser fiel a esos universales y descuida, en cambio, a esos individuales que por no corresponder su identidad a su genitalidad, son maltratados.
Ese suele ser el problema de la Iglesia, que fiel a los universales, acaba a veces descuidando a los individuos.
Y ese que en el caso de una religión no es tan grave -después de todo la adscripción religiosa es un acto voluntario- es muy grave e inaceptable desde el punto de vista de la política y de la legislación y aquí sí que valen las palabras del Evangelio, esas de que la ley estaba hecha para el ser humano y no el ser humano para la ley ¿O es que acaso era al revés? (El Mercurio)