Esta columna no está escrita para usted, el que independiente si las elecciones son voluntarias u obligatorias, sabe que es parte de su responsabilidad con el país participar de los procesos electorales y manifestar su apoyo a ciertos principios básicos que se ponen en evaluación en esta ocasión.
Hoy tenemos primarias para elegir el candidato presidencial de Chile Vamos. No es la primera vez que sucede, estimado lector, pero en esta ocasión su participación es más relevante nunca. El país se encamina por una senda peligrosa de populismo y demagogia, allanada por diversos líderes que representan corrientes políticas que han ido tomando fuerza, precisamente, por la pasividad de muchos. Por eso es necesaria la participación de quienes desean retomar el camino de progreso por el cual ha transitado Chile en los últimos treinta años.
No lo voy a agobiar con cifras, estoy seguro que se las sabe de memoria, pero le insisto en que todo eso se está socavando desde las bases. Vivimos un proceso donde el interés de unos pocos es destruir las instituciones, sean formales o informales, aquellas prácticas de comportamiento que nos permiten regular nuestra convivencia de manera más o menos armoniosa. El actual Gobierno prometió soluciones a los principales problemas del país, pero bajo un diagnóstico errado, por tanto sus propuestas han ido fracasando una a una. Sin embargo, hay un grupo no menor de personas que piensan que ese camino sí es el correcto y que el problema no es la precariedad de sus iniciativas —y menos la carencia en su implementación—, sino por el contrario es que estas reformas son muy tenues para transformar el país.
Entenderá usted que, si alguien le dice que el problema de la gratuidad en la educación, independiente el nivel, es que no avanzamos decididamente en ella y por lo mismo no se ha podido cumplir con el programa, claramente la visión que tienen del país y de las soluciones que proponen está fuera de la realidad, por lo menos de la actual.
En materia económica, no hay mucho que ahondar, estamos ad portas de tener la primera rebaja en la calificación de riesgo internacional en más de 25 años (desde el año 1992 sólo habíamos subido) y pareciera no ser una situación que amerite por lo menos una reflexión profunda del actual Gobierno o de la coalición que la sustenta. Ya no basta que el ministro de Hacienda haga sus mayores esfuerzos, que estoy seguro los hace, para aminorar el deterioro en las cuentas fiscales, anticipando la colocación de bonos en el mercado nacional e internacional. El daño está causado y se ha dejado hipotecado parte del presupuesto del próximo Gobierno, que no tendrá margen para corregir los desequilibrios existentes.
Todo esto se explicaría, supuestamente, por ese malestar que recorre la sociedad, esa sensación de agotamiento manifestado con el modelo. El modelo es el culpable de todos los males del país, dicen, ¿pero qué es el modelo? Es ese espacio de interacción entre individuos, organizaciones y Estado, bajo el principio de subsidiariedad, que hasta hace muy poco nos tenía por el camino que prometía un futuro mejor. La baja en la pobreza, pero principalmente la movilidad social de este período, son enormes y esto ha dado como resultado una clase media que demanda transformaciones, pero dentro del modelo.
Pero como el modelo es culpable, insisten algunos, hay que cambiarlo y para eso debemos hacer crecer el Estado, todo debe ser realizado por el Estado, porque lo hace sin afán lucro, y ese es el segundo factor de la crisis que vivimos. Sin embargo, nadie dice cómo se van a financiar todas las prestaciones que desde el Estado se van a entregar, como educación gratuita (nada se habla ya de calidad), salud y mejores pensiones. Incluso se propone avanzar en la expropiación de empresas consideradas estratégicas y que, por tanto, deben pasar bajo el control del Estado, como las de servicios básicos y también parte de la minería, y alguna otra que la imaginación de aquellos líderes estatista se les ocurra.
Podemos seguir haciendo una larga lista de por qué es importante que usted vaya a votar hoy, pero estoy seguro que ya lo tiene todo asimilado y lo conversa habitualmente en su círculo familiar y de amistades, por eso no es necesario seguir ahondando en ello.
Ahora, si usted a pesar de todo lo que sabe, decide no votar, después no se queje. (El Líbero)
Aldo Cassinelli Capurro, director ejecutivo Instituto Libertad