Y esta elección, como casi todas las que hemos vivido desde el fin de la dictadura, tiene un ganador más o menos predecible. Así ocurrió con Aylwin, con Frei, con Bachelet y con Piñera. La única excepción hasta ahora ha sido la de Lagos-Lavín, en la que casi ocurrió una sorpresa.
Pero en esta elección hay al menos siete cosas con las que hay que estar atentos:
1.- A mayor diferencia de votos, mayor será el conflicto.
Todo parece indicar que Piñera no ganará en primera vuelta. Paradójicamente, perder en primera vuelta sería el mejor favor que les podrían hacer a la Nueva Mayoría, al Frente Amplio y a la Democracia Cristiana. Ello implicaría que, pese a una dura noche del día 19, a partir del 20 se terminaría un capítulo y quedarían todos automáticamente instalados en la oposición.
Por el contrario, si es que hay segunda vuelta, obligará a hacer intentos de reagruparse tras Guillier. Y ello es físicamente imposible. En especial si el diferencial es mayor a 15 puntos. Sin mínimos comunes denominadores y sin incentivos para inventarlos, el mes que se viene por delante puede ser el preámbulo de una larga travesía por el desierto. Y mañana en la noche puede ser un momento especialmente duro. Peor que la noche de los cuchillos largos. Peor que la masacre de San Bartolomé.
2.- ¿Cuántos honorables?
Las miradas del domingo tendrán que estar puestas en el Parlamento. Y será clave ver cómo se ordena la madeja. Es probable, aunque no es imposible, que Chile Vamos no logre mayoría absoluta. Por otra parte, quedarán tres coaliciones cuya suma no será obvia: Frente Amplio, Nueva Mayoría y Democracia Cristiana. Frente a ese escenario, la preocupación de Piñera será -precisamente- que las peras y las manzanas no se sumen en su contra. A diferencia de lo que ocurrió en Piñera I, es posible tener una oposición disgregada, pero para ello es muy importante saber cuántas son las peras y cuántas son las manzanas.
3.- ¿A dónde van a morir los elefantes?
A diferencia de lo que ocurría en las elecciones binominales, donde la probable elección de un candidato de cada coalición terminaba haciendo que se presentara a un candidato fuerte (que salía elegido) y a un acompañante sin pretensiones; esta vez no será así. Y por esa razón veremos -sí o sí- a muchos emblemáticos derrotados. Ello será un hecho inédito y, dependiendo de quiénes sean, marcará mucho el destino de lo que viene por delante.
4.- La flecha se triza.
La Democracia Cristiana se enfrenta a su elección más difícil. Una candidata presidencial que se atrevió, pero que no entusiasmó. Pero peor que eso será la escasa presencia de diputados en la Cámara, que puede terminar siendo un guion similar al que experimentaron el Partido Conservador y el Partido Radical en el siglo XX. Las únicas buenas noticias vendrán por el lado del Senado, donde podría elegir hasta cinco senadores. Pero si en el escenario de debacle esperado, los senadores elegidos son del ala izquierda (Provoste, Rincón y Huenchumilla), tal como es esperable, ello presagia que el quiebre está a la vuelta de la esquina.
5.- ¿Cuánto pesa la calle?
El resultado del Frente Amplio será muy importante. Quienes decían ser los auténticos representantes de «la calle», un resultado en torno al 10% en su candidatura presidencial y parlamentaria no será un buen resultado. Si a ello se suman las profundas diferencias entre los 13 partidos que lo componen, no es difícil presagiar que mañana mismo se inicia la fragmentación.
6.- El peso del pinochetismo.
La votación de Kast será interesante. Desechada su fantasía de pasar a segunda vuelta, será muy relevante ver cuánta gente del sector optará por el testimonio antes que el voto útil. El resultado es posible que termine siendo castigado y de esa forma se disfrace que un sector no despreciable de la derecha comulga con el pinochetismo y con el ultraconservadurismo. Nadie tendrá cómo contar a los que quisieron votar por él y no lo hicieron.
7.- La última de ME-O
Marco Enríquez-Ominami ha pasado de un lugar a otro con una notable rapidez. Fue férreo opositor a la Nueva Mayoría y terminó siendo el continuador de Bachelet. Tuvo alguna vez un programa económico liberal, pero terminó con un chavista como generalísimo. Una votación inferior a la de la última elección (como todo parece indicar que va a ocurrir) significará el final político de ME-O. No solo por la falta de votos, sino también por su falta de seriedad. Ello augura que es prácticamente imposible que se transforme en el articulador futuro de la izquierda, y que sea más probable que terminemos viéndolo de panelista de un programa de farándula.
Así las cosas, ahora solo cabe esperar que se abran las urnas. (El Mercurio)