Sin Sebastián Piñera-Vanessa Kaiser

Sin Sebastián Piñera-Vanessa Kaiser

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La muerte del expresidente Sebastián Piñera ha agitado los ánimos más diversos en medio de la tragedia y el caos ocasionados por los incendios en la V Región. Mientras El Mercurio titulaba la semana pasada que los damnificados “tienen miedo a ser olvidados”, en la misma portada se hablaba de una consulta ciudadana en Las Condes para renombrar una avenida en homenaje a Sebastián Piñera. Además del profundo drama que subyace a ambos acontecimientos, ¿qué podrían tener en común la ausencia del exmandatario en el mapa político y la catástrofe incendiaria en que murieron al menos 132 personas y que dejó a más de 40 mil damnificados?

Desde una perspectiva que quiebra con el letargo mediático tradicional, ambos eventos: los incendios y la ausencia del exmandatario en el mapa político, tienen en común una falta de información preocupante. Es curioso que en este mundo de comunicación intensiva y sin fronteras no sepamos realmente lo que sucede. En el caso de los incendios apenas podemos constatar algunos hechos aislados como el número de muertos, casas y kilómetros cuadrados quemados. En lo que respecta a la importancia del expresidente dentro del proceso de toma de decisiones (o caja negra de Easton), con suerte sabíamos del número de candidatos afines al piñerismo para las elecciones de convencionales y nos enteramos de algunas estrategias políticas como su proyecto de una gran coalición, tipo Concertación 2.0.

Metafóricamente podríamos afirmar que la alocada geografía del país contrasta con nuestra planicie mental caracterizada por un pensamiento escaso, una crítica fatua y pasiones seniles. De ahí que no deba llamar la atención el miedo de los damnificados a caer en el mismo olvido en que se encuentran las víctimas de los incendios, del terrorismo y del crimen en el sur del país. La verdad es que somos un pueblo sin memoria. En lo que respecta al expresidente sucede algo similar. ¿Cómo es posible que, de haberlo acusado de “dictador” y violador de los Derechos Humanos, ahora las masas se agolpen para darle una cariñosa despedida, mientras la prensa, otrora pseudo-golpista, rasga vestiduras destacando todas sus virtudes y ninguno de sus defectos?

Una radiografía psicopolítica de nuestra idiosincrasia muestra un exceso de empatía frente a la tragedia y de envidia irrefrenable ante el éxito ajeno (con la excepción de los narcos). Es lo que, al menos, desde la perspectiva en comento, explica el emotivo y espontáneo apoyo de mucha gente que hace poco más de cuatro años promovía la destitución del expresidente y no se escandalizaba ante la caravana de ciclistas que llegaba a funar su hogar familiar.

Usted puede observar este rasgo de nuestra idiosincrasia en todo tipo de situaciones: si alguien padece una enfermedad grave, muere de manera trágica, queda en la calle o sufre algún drama, la solidaridad de los chilenos no conoce parangón. De ahí que, año a año, se haga la Teletón y seamos capaces de reconstruirnos luego de feroces terremotos, maremotos, incendios y erupciones volcánicas. El problema es que, cuando el dolor se invisibiliza ante la artificiosa luz del espectáculo político o se normaliza como está ocurriendo con los incendios, el terrorismo y los homicidios, perdemos la sensibilidad, ya no nos conmovemos y, en consecuencia, dejamos de ayudar a los demás. Evidentemente, la invisibilización impide que recordemos a las víctimas o a sus victimarios. De ahí se sigue la total impunidad de quienes ejecutan el mal.

Olvidamos también lo que no entendemos, así como aquello que no podemos explicar. Hasta el día de hoy, nadie entiende qué pasó en los incendios de 2017, en el golpe de Estado de 2019 ni en los incendios de 2023 y 2024. Gracias al gobernador regional de Valparaíso, Rodrigo Mundaca, nos hemos enterado de que los responsables de los incendios son “un puñado de miserables y facinerosos”. El problema es que los “pirómanos” de este año son iguales a los de años pasados y a los golpistas del 18-O. No tienen nombre ni rostro y, en consecuencia, no asumen ninguna responsabilidad. Desde 2017 que sabemos que nos están quemando el país- la tesis del cambio climático equivale a esconder la mugre bajo la alfombra- y no hay una sola iniciativa de ley que, por ejemplo, condene a un mínimo de 20 años de cárcel a quienes se suman a la cruzada de “quemarlo todo.” ¿Qué pasa con los ecologistas, medioambientalistas, catastrofistas climáticos y los cientos de activistas que promueven el decrecimiento -desmantelamiento del capitalismo- como la única fórmula para salvar el planeta? ¿Cuál es la causa de su silencio e “inactividad” en la defensa de los ecosistemas y la protección de la flora y la fauna con las que los incendios arrasan sin tasa ni medida? ¡Ni hablar del Co2! ¿Por qué los ecologistas solo se movilizan cuando se trata de cambiar la matriz energética, destruir la agricultura -como en Alemania, Holanda y España- o medir la huella de carbono? ¿No será que su activismo tiene alguna relación con el negocio de los impuestos y las energías verdes? La verdad, es que todo suena a hipocresía pura y dura, otro de los rasgos de nuestra idiosincrasia.

En suma, el aspecto fundamental que comparten la ausencia del expresidente en el mapa político y la catástrofe causada por “miserables y facinerosos” sin nombre es nuestra total ignorancia. ¿O es que alguien, medianamente sensato ha podido explicar por qué el exmandatario confesó años después que había sido víctima de un golpe de Estado? ¿Cómo explicar que medios de prensa relevantes sigan negando el golpe de estado octubrista a pesar de la evidencia? Y, en el contexto histórico de la violencia octubrista, ¿quién entiende esa anécdota del exmandatario y el actual presidente viajando juntos en un mismo avión?

Estamos aún menos enterados sobre cuál era la influencia real de Sebastián Piñera en la derecha, ni por qué puso su firma a la Agenda 2030, proyecto de la extrema izquierda globalista. Sí sabemos que no era un político de derecha, que su tendencia lo inclinaba no solo a favor del centro y de la izquierda democrática, sino, además, de la izquierda antidemocrática como sucedió con la entrega de la Carta Magna y la apertura de cientos de procesos a militares por hechos sucedidos hace 50 años. Por último, en ningún caso, estaba dispuesto a defender ideas o a personas que lo ubicaran en la vereda donde pululan los políticamente incorrectos.

Cierro esta columna lamentando por nuestro pasado, presente y futuro que, salvo Sergio Micco y el expresidente Piñera (aunque haya sido demasiado breve y demasiado tarde), muy pocos se hayan animado a denunciar el flagelo que azota a nuestro país ya sea en la forma de golpes de Estado no convencionales invisibilizados por el malestar ciudadano o actos terroristas encubiertos por supuestos cambios de clima. Es hora de romper este silencio que nos tiene sumidos en el pantano de la incomprensión, el olvido de tanta desgracia y la impotencia de los más débiles. Quizás la cercanía con la muerte causada por el trágico accidente que costó la vida al exmandatario ayude a algunos a forjar en sus almas la certeza de que no podemos dejar este mundo sin haber hecho nuestro aporte. Es tiempo de decir la verdad y, aunque no lo sabemos a ciencia cierta, quizás será más fácil sin Sebastián Piñera, ya sea porque con su partida puedan haber desaparecido muchos compromisos, lealtades y acuerdos que desconocemos, o porque su trágica experiencia pueda servir de ejemplo a quienes han caído bajo el hechizo de Prometeo, olvidando que la muerte es lo único seguro en la vida. (El Líbero)

Vanessa Kaiser